El amor nos adoctrina cínicamente en que en él no cabe
pedagogía. Como toda ideología surgida para amparar un fin, convive sin
complejos con sus contradicciones llegando a envolver las más útiles en un
celofán de misterio poético que nos sugiere la presencia de la más sabia de las
verdades.
Hemos de aprender, por tanto, a no educarnos, nos dice el
amor, y esto como una lección que sólo asimilaremos tras muchos intentos de
llevar a la práctica la contraria, la de intentar hacer del amor aquello que
entendemos que puede ser bueno que sea.
Entre las cosas más importantes que debemos aprender a no
aprender se encuentra la elección. La experiencia deberá enseñarnos (y si no lo
hace será que estamos teniendo las experiencias equivocadas) que la elección
del objeto de enamoramiento no está a nuestro alcance, sino hundida en alguna
inaccesible y sagrada gruta de nuestra conciencia más elemental, si es que no
determinada por las corrientes de energía que pueblan el éter, o prefigurada
por los hilos del destino que sustentan el equilibrio cósmico.
Sería bueno, llegamos a aceptar, poder elegir a veces,
pero la elección nos la encontramos. Nuestra única habilidad desarrollable es
detectarla y nuestra única libertad es abandonar el objeto de elección (error)
o luchar por alcanzarlo con todas nuestras fuerzas (acierto).
Nada más podemos hacer, porque si pudiéramos hacer algo
más, algo haríamos en favor de los discriminados del amor, de aquellos sobre
los que nunca recae la elección. Pero es que no podemos.
Vías Cruzadas se atreve a conculcar este santuario
ideológico, esta aporía imprescindible de la ideología del amor, violentando
nuestras tendencias electivas por el camino del medio: el del gusto, la belleza
y el deseo. No nos va a decir que el amor debe ser solidario, que debemos
alternar la búsqueda de lo que queremos con la entrega a lo que no queremos
para alcanzar en el mundo un reparto más justo. Nos va a decir que lo bello, lo
que nos gusta, lo que deseamos, es otra cosa.
Si decimos que Phil nos va a ser presentado como bello,
todos distinguiremos enseguida la belleza capaz de generar atracción
eróticosentimental, a la que ninguna presentación puede hacerlo acceder, de
otra más general, condescendiente y humana, con la que calificamos a aquello
que puede emocionarnos pero con lo que no queremos vernos mezclados. Esta
barrera sólo es superada en rarísimas ocasiones por los trabajos creativos
realizados en torno al ennoblecimiento de estéticas discriminadas. Lo más
frecuente es que la fotografía de moda que estetiza la obesidad o el cine que
dignifica la vejez utilicen un involuntario tono paternalista que, si bien algo
aporta a la autoestima del “colectivo”, conserva la clasificación jerárquica y
la inmiscibilidad. Un viejo es un viejo. Con mi película expreso que no tiene
por qué sentirse avergonzado, pero eso no le da derecho a aspirar a acostarse
conmigo. La barrera que los separa de nosotros en tanto que estos personajes
aparecen como representantes de su propio colectivo constituye su primer nivel
taxonómico. Son, ante todo, gordos o viejos, y todo lo demás que sean, todo
aquello que descubrimos después, que nos resulta tan humano y que incluso nos
recuerda a nosotros mismos, no es consecuencia de poseer la misma sustancia,
sino de compartir el mismo mundo. Sólo convergencia evolutiva, como lo que
existe entre el vuelo de un murciélago y el de una libélula.
En Vías Cruzadas encontramos, sin embargo, un escrupuloso
trabajo estético que logra presentarnos a Phil como un congénere, tan digno de
amor como cualquiera de nosotros. ¿Cómo se obra el milagro, el espejismo, la
imagen declarada imposible?
En lo que concierne al guión, no veremos una sola vez que
ni Phil ni su círculo social más próximo conviertan el enanismo en hecho
diferencial alguno. Phil se comporta continuamente como si le confundieran con
un enano, es decir, como si los demás (el círculo social lejano) lo vieran como
algo que él sabe que no es. Por supuesto que Phil es enano, pero no es “un
enano”, como ninguno de nosotros somos sustancialmente ni usuarios de camisas
de manga corta ni exalumnos de un determinado centro escolar. Mientras estamos
solos con él o con sus amigos, el enanismo está relegado a cuestiones
absolutamente menores, como se pone de reflejo cuando recoloca el buzón de su
nueva casa a una altura a la que pueda acceder. A esto, y a poco más, debería
afectar su condición. Mientras la función narrativa más habitual de un obeso en
un guión corriente es hacer chistes de gordo, Phil es un protagonista
cualquiera siempre que no aparezca alguien para recordarle que es entendido
como una aberración.
Desde el punto de vista del casting y la dirección de
actores, es evidente que se ha seleccionado a un actor con no pocas habilidades
seductoras que conviven con las que, en principio, resultan incompatibles con
ello. Phil no sólo tiene una voz aterciopelada, que modula perfectamente,
dentro siempre de la contención y la serenidad, sino que su mirada es profunda
y digna, su gesticulación segura y elocuente, y sus movimientos enérgicos,
directos y decididos, sin caer en la habilidad llamativa del malabar circense.
Phil será, además, favorecido por una planificación que
lo convierte casi siempre en figura heroica, presencia a veces monumental,
solemne, representativa de la complejidad y la superioridad de lo humano frente
a todo accidente o circunstancia. Allí donde Phil aparece es siempre lo mejor
compuesto, lo más en su sitio, el centro del significado y de la atención, lo
que confiere sentido profundo al entorno.
Gracias a estos recursos Phil deja de ser sólo un enano
bonito y pasa a ser un hombre de quien aprendemos qué es vivir una vida de
hombre con las dificultades acarreadas por el enanismo, y gracias a la
presencia de los demás personajes vemos qué es vivir sin esa dificultad pero
con otras, a veces menos desprestigiadas, pero de consecuencias más perniciosas
para la condición humana.
Esta es la mirada que la película nos propone. Ésta es la
discriminación positiva que el arte puede realizar gracias a su capacidad para
situar la belleza allí donde el creador decida hacerlo. Esta es la corrección
que el arte necesario debe ejercer en favor de la justicia, a riesgo de no
llegar nunca a ser exhibido o, si lo es, de ser visto por algunos como
depravado enanófilo.
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