viernes, 20 de julio de 2012

Vías Cruzadas como modelo (I)


“¡Luchar! ¡Hasta las bestias saben hacerlo! Pero él puede hacernos creer en las bellezas que canta.”
Espartaco - 1960 - Stanley Kubrick
http://www.youtube.com/watch?v=rfrEhDn2E_0

¿Es desahogar las frustraciones la función social del arte? ¿Es proporcionarnos un momento de respiro entre el estresante desorden emocional, funcional y estético cotidiano? ¿Es, de paso, la oportunidad para hacernos vivir la ilusión de lograr aquello cuya inaccesibilidad nos hace desgraciados, llámese riqueza, afecto, paz, sentido, excitación…?
            La teoría del arte como evasión predomina cuantitativamente en nuestra cultura actual, e incluye la idea de que ninguna manifestación artística queda fuera de la más general categoría de “ocio”. El arte será el ocio “elevado”, por utilizar el impreciso término pedestre que alude a un aura de prestigio, dificultad intelectual y dignidad moral que diferencia al arte del resto de los productos ofertados por la industria del ocio. Cuando el arte evade mediante esta “elevación” lo hace de manera más eficiente, profunda e intachable. El usuario del arte se proyecta a mundos más hermosos e higiénicos, más lejanos al nuestro, que el del simple jugador de paint-ball.
            El usuario del ocio ha aprendido, además, otra rutina: acabado el producto y su periodo de consumo, deberá volver al mundo real, en el que le espera la misma insatisfacción, pero frente a la cual él ha renovado las energías. Cuando el producto sea artístico se obtendrá de él, además, alguna protoherramienta emocional para soportar de manera más duradera una frustración que, seguramente, será también más grande.
            Pero no es ésa la única manera de entender el “para qué” del arte. De las siete maneras que, según Tatarkiewicz, el arte ha sido entendido a lo largo de la historia, es decir, de las 7 funciones que ha desempeñado y entre las cuales está incluida la de entretenimiento a la que corresponde el ocio, de todas ellas, cabe extraer un factor común que es, precisamente, el que caracteriza a la forma originaria del arte: la magia invocadora. El arte se creó para hacer aparecer aquello que no existía. Pero, mientras que en el ocio la aparición generaría una experiencia que libraría del deseo de experimentar, contribuyendo a frenar temporalmente cualquier transformación, en el resto de las funciones el arte contribuye a tener una experiencia real de aquello que hace aparecer. Ya sea introduciendo la divinidad en la vida real, ya propiciando una caza incierta, ya invocando valores deseables, ya realizando la consecuencia última de los vicios en la catarsis, el arte ha participado siempre de su originaria función mágica en tanto que se presentaba como primera piedra en la construcción de una realidad que, más o menos incompatible con la anterior, es siempre distinta.
            El arte-ocio según lo entendemos hoy sería el primer arte que no contribuye a la creación de nada, no transformador, conformista por tanto, y no sólo diferente, sino opuesto en ello a lo que el arte siempre se declaró ser, estuviera o no su función más o menos viciada por las manos en las que caía. Es por eso que la gran mayoría de las películas no reinventan sino que reproducen el modelo de amor que conocemos, y es por eso que lo llevan primero a su lógico fracaso y, por fin, mediante peripecias inverosímiles, a un éxito que satisface la frustración del espectador hasta que la realidad le vuelva a recordar el fraude.
            A esta función generalizada, y a las mesnadas de sus adalides, se enfrenta una obra como Vías Cruzadas en su presentación de una ficción con la que originalmente no nos identificamos porque no reproduce la nuestra, sino aquella que la nuestra debería ser. Mostrándonos cómo, y dando el primer paso en la experimentación de esa realidad mediante la experiencia de sus personajes, facilita el camino de su llegada mediante la generación de un antecedente virtual
            Todo lo que el sistema necesita al arte-ocio para reiniciar a los trabajadores-reproductores es lo que la sociedad necesita al arte-magia para transformar el sistema en las mejoras que le son concebibles. El sistema necesita un tipo de arte, pero las personas que lo forman necesitan otro, y esto incluso si no lo desean, si no optan por él ante la alternativa de una diversión efímera e intrascendente. Esta defensa de la violencia sobre el deseo es tan políticamente incorrecta como cercana a la obviedad. La libertad de elección se confunde con la defensa de las pulsiones del modo menos inocente. Todos sabemos que preferimos la comida grasa a la comida ligera, y todos queremos que nos pongan fácil la elección difícil, que nos aconsejen sin descanso, que nos recuerden por qué debemos actuar bien, pues reconocemos en nosotros mismos una distancia evidente entre el deseo por lo bueno y el deseo por lo placentero, que no se salva sólo con descubrirla. El sistema reconoce un gasto perjudicial en salud pública que le hace reaccionar para conservarse mediante campañas de concienciación. Por eso mismo es improbable que reaccione frente a un arte-ocio cuyo fin es, precisamente, eliminar el obstáculo de la insatisfacción para que la conservación se lleve a efecto.
            Así, los medios de comunicación no sólo no muestran, sino que ni siquiera defienden, el arte-magia en su forma de cine necesario, de recreación de una realidad deseable. Además desprecian su ineficacia como evasión mediante la máxima de que no debemos aprovechar nuestro tiempo libre para “seguir pensando”, sino para dejar de hacerlo, asumiendo así que, una vez acabada la jornada laboral, hemos hecho lo posible por mejorar el mundo en vez de por reproducirlo, y llega nuestro momento de descanso.
            Decirle al espectador que lo que desea es equivocado; que su momento de satisfacción se convertirá en el de reflexión con el peligro de no estar recuperado para la jornada siguiente, y el único incentivo de proponerle una mejora social a largo plazo, una concienciación; decirle al sistema que va a pasar por sus cauces un producto que pone en cuestión sus fines y sus cauces mismos, es meritorio independientemente de la calidad del producto y el éxito que obtenga en sus objetivos.
            Y por hablar del cine necesario dejo lo necesario de nuevo sin contar.

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