“¡Luchar!
¡Hasta las bestias saben hacerlo! Pero él puede hacernos creer en las bellezas
que canta.”
Espartaco - 1960 - Stanley Kubrick
http://www.youtube.com/watch?v=rfrEhDn2E_0
¿Es
desahogar las frustraciones la función social del arte? ¿Es proporcionarnos un
momento de respiro entre el estresante desorden emocional, funcional y estético
cotidiano? ¿Es, de paso, la oportunidad para hacernos vivir la ilusión de
lograr aquello cuya inaccesibilidad nos hace desgraciados, llámese riqueza,
afecto, paz, sentido, excitación…?
La teoría del arte como evasión predomina
cuantitativamente en nuestra cultura actual, e incluye la idea de que ninguna
manifestación artística queda fuera de la más general categoría de “ocio”. El
arte será el ocio “elevado”, por utilizar el impreciso término pedestre que alude
a un aura de prestigio, dificultad intelectual y dignidad moral que diferencia
al arte del resto de los productos ofertados por la industria del ocio. Cuando
el arte evade mediante esta “elevación” lo hace de manera más eficiente,
profunda e intachable. El usuario del arte se proyecta a mundos más hermosos e
higiénicos, más lejanos al nuestro, que el del simple jugador de paint-ball.
El usuario del ocio ha aprendido, además, otra rutina:
acabado el producto y su periodo de consumo, deberá volver al mundo real, en el
que le espera la misma insatisfacción, pero frente a la cual él ha renovado las
energías. Cuando el producto sea artístico se obtendrá de él, además, alguna
protoherramienta emocional para soportar de manera más duradera una frustración
que, seguramente, será también más grande.
Pero no es ésa la única manera de entender el “para qué”
del arte. De las siete maneras que, según Tatarkiewicz, el arte ha sido
entendido a lo largo de la historia, es decir, de las 7 funciones que ha
desempeñado y entre las cuales está incluida la de entretenimiento a la que
corresponde el ocio, de todas ellas, cabe extraer un factor común que es,
precisamente, el que caracteriza a la forma originaria del arte: la magia
invocadora. El arte se creó para hacer aparecer aquello que no existía. Pero,
mientras que en el ocio la aparición generaría una experiencia que libraría del
deseo de experimentar, contribuyendo a frenar temporalmente cualquier
transformación, en el resto de las funciones el arte contribuye a tener una
experiencia real de aquello que hace aparecer. Ya sea introduciendo la
divinidad en la vida real, ya propiciando una caza incierta, ya invocando
valores deseables, ya realizando la consecuencia última de los vicios en la
catarsis, el arte ha participado siempre de su originaria función mágica en
tanto que se presentaba como primera piedra en la construcción de una realidad
que, más o menos incompatible con la anterior, es siempre distinta.
El arte-ocio según lo entendemos hoy sería el primer arte
que no contribuye a la creación de nada, no transformador, conformista por
tanto, y no sólo diferente, sino opuesto en ello a lo que el arte siempre se
declaró ser, estuviera o no su función más o menos viciada por las manos en las
que caía. Es por eso que la gran mayoría de las películas no reinventan sino
que reproducen el modelo de amor que conocemos, y es por eso que lo llevan
primero a su lógico fracaso y, por fin, mediante peripecias inverosímiles, a un
éxito que satisface la frustración del espectador hasta que la realidad le
vuelva a recordar el fraude.
A esta función generalizada, y a las mesnadas de sus
adalides, se enfrenta una obra como Vías Cruzadas en su presentación de una
ficción con la que originalmente no nos identificamos porque no reproduce la
nuestra, sino aquella que la nuestra debería ser. Mostrándonos cómo, y dando el
primer paso en la experimentación de esa realidad mediante la experiencia de sus
personajes, facilita el camino de su llegada mediante la generación de un
antecedente virtual
Todo lo que el sistema necesita al arte-ocio para
reiniciar a los trabajadores-reproductores es lo que la sociedad necesita al
arte-magia para transformar el sistema en las mejoras que le son concebibles.
El sistema necesita un tipo de arte, pero las personas que lo forman necesitan
otro, y esto incluso si no lo desean, si no optan por él ante la alternativa de
una diversión efímera e intrascendente. Esta defensa de la violencia sobre el
deseo es tan políticamente incorrecta como cercana a la obviedad. La libertad
de elección se confunde con la defensa de las pulsiones del modo menos
inocente. Todos sabemos que preferimos la comida grasa a la comida ligera, y
todos queremos que nos pongan fácil la elección difícil, que nos aconsejen sin
descanso, que nos recuerden por qué debemos actuar bien, pues reconocemos en
nosotros mismos una distancia evidente entre el deseo por lo bueno y el deseo
por lo placentero, que no se salva sólo con descubrirla. El sistema reconoce un
gasto perjudicial en salud pública que le hace reaccionar para conservarse
mediante campañas de concienciación. Por eso mismo es improbable que reaccione
frente a un arte-ocio cuyo fin es, precisamente, eliminar el obstáculo de la
insatisfacción para que la conservación se lleve a efecto.
Así, los medios de comunicación no sólo no muestran, sino
que ni siquiera defienden, el arte-magia en su forma de cine necesario, de
recreación de una realidad deseable. Además desprecian su ineficacia como
evasión mediante la máxima de que no debemos aprovechar nuestro tiempo libre
para “seguir pensando”, sino para dejar de hacerlo, asumiendo así que, una vez
acabada la jornada laboral, hemos hecho lo posible por mejorar el mundo en vez
de por reproducirlo, y llega nuestro momento de descanso.
Decirle al espectador que lo que desea es equivocado; que
su momento de satisfacción se convertirá en el de reflexión con el peligro de
no estar recuperado para la jornada siguiente, y el único incentivo de
proponerle una mejora social a largo plazo, una concienciación; decirle al
sistema que va a pasar por sus cauces un producto que pone en cuestión sus
fines y sus cauces mismos, es meritorio independientemente de la calidad del
producto y el éxito que obtenga en sus objetivos.
Y por hablar del cine necesario dejo lo necesario de
nuevo sin contar.
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