La pirámide del amor está formada por cuatro grandes plantas
básicas, pero sólo dos de ellas, las centrales, son reconocidas por la cultura
del amor. Las otras dos, aquellas que constituyen su base y su cúspide, son
negadas.
En ellas se pone de manifiesto la tragedia que implica el
amor como sistema, y éste encontraría graves dificultades para conservar su
poder de convicción si todxs supiéramos qué se esconde tras el bosque.
Los dos pisos visibles, ya descritos, aquellos que
corresponden respectivamente a la masa trabajadora del amor y al cuerpo de
individuos que la somete, (al que llamaré, desde ahora, “planta policial” en
virtud de que hace el trabajo sucio de mantener al cuerpo principal de obreros
vigilado y sometido), bajo el eufemismo de “afortunadxs” y “desafortunadxs” en
el amor, son el objetivo de la ideología y lxs protagonistas de la película que
nos cuenta. Los otros dos son, respectivamente, su razón de ser y su principal
víctima.
Es difícil determinar en qué consiste habitar la cúspide de
la pirámide. Nosotrxs no habitamos la cúspide, y ya resulta complicado recabar
información sobre la planta policial, inmediatamente superior a la nuestra.
Tendremos que formarnos una idea deduciendo a partir de las pocas cosas que
sabemos sobre ella.
En primer lugar, sabemos quién la habita. Entendido el amor
como un bien prioritario, la cúspide de su poder debe estar ocupada por la
élite del sistema, es decir, la de la pirámide social, y por la élite del amor,
lxs especialistas, los iconos del amor, su representación máxima, que, carentes
del poder social de los primeros, son equiparables a ellos si actúan en el
terreno que dominan. Si la pirámide del amor es tal, estos individuos lo pueden
todo, es decir, tienen acceso a todos los demás miembros de la pirámide o, por
decirlo en términos que hagan más hincapié sobre la estratificación, su derecho
de pernada es universal.
Podemos aventurar varias conclusiones de la combinación
entre esta composición social y su encuentro con el supuesto paraíso del amor. En primer lugar, entendemos que,
cuantitativa y cualitativamente, el
consumo que hacen del amor será similar al que hacen del resto de las
mercancías disponibles en un sistema de fuerte diferencia de clases. En
tanto que tienen acceso a todo, usan todo y disponen de todo en la realización
de sus deseos y fantasías (Eyes Wide Shut). La prostitución de élite constituye
el objeto paradigmático de ese consumo, no siempre bajo la forma de
prostitución sino, incluso, de simple sometimiento al poderoso con el objetivo
de obtener de él parte de su poder. La prostitución de élite es la
mercantilización del objeto universal de deseo, es decir, la conversión del
amor platónico en mercancía reconocida. Podemos entender, debido a la
subyugadora estructura de la pirámide, que ésta tiende poderosamente a
convertir al objeto de nuestro amor platónico en profesionales de la
prostitución al servicio de detentadores de los poderes fácticos. Las supuestas
verdaderas profesiones de estos modelos de amor serán la tapadera de una
prostitución encubierta o, incluso, un medio para su realce como objeto de
deseo prostituido. La estrella de la pantalla no se convierte en prostituta; es
la gran prostituta la que se convierte en estrella de la pantalla aumentando
así su caché como profesional del sexo.
En segundo lugar,
podemos suponer que, dado que es aquí donde se produce el encuentro con el
objeto original del deseo, es decir, con el amor perfecto (pues son ellOs los
que tienen acceso a él), éste rebela por
fin todas sus carencias, el vacío sobre el que fue edificado, produciendo
distintas formas de frustración y consumo insatisfactorio convulsivo, sólo
mitigados por la compensación del triunfo comparativo. El lugar del encuentro
del deseo con su satisfacción es propenso a todo tipo de adicciones y
sobredosis, pues el amor no sólo es un producto fraudulento cuyo consumo es
frustrante cuando se siguen sus instrucciones de uso, sino que se ofrece según
las reglas de un mercado estricto y jerarquizante en el que no se accede a lo
que se necesita, sino a lo que se puede pagar. La represión es liberada en este
nivel de la pirámide, y el individuo se convierte en víctima de la furia de
dicha liberación.
Por último, el amor en la cumbre ofrece a la autoestima
la tentación de dar sentido a la vida, no sólo en tanto que amor, sino
también en tanto que cumbre misma. La confusión entre el negocio de la pareja
perfecta y envidiada, y la creencia de la pareja perfecta y envidiada de que
son perfectxs y envidiables genera una adicción a la condición de modelo no
acorde con la satisfacción que dicha experiencia proporciona. Así, los
individuos que habitan la cumbre de la pirámide del amor encuentran en su
triunfo amoroso un refugio afectivo distinto al que el amor en teoría ofrece,
consistente en la admiración recibida por parte de lxs sometidxs, refugio que
los conduce a diversas formas de exhibicionismo, como el sainete amoroso o la
novela rosa.
Vemos que los habitantes del olimpo del amor sólo son sus
dioses en tanto que inductores de la buena salud de esta ideología, pero no en
tanto que paradigma de su bondad. El papel socioestructural del amor, que sirve
a sus intereses de clase, los hace también víctimas, privilegiadas, pero amenazadas
por peligros a veces más poderosos que los que acechan al resto. Como no podía
ser menos, en un sistema social injusto y discriminatorio, el triunfo conlleva
la maldición del triunfador como condena que envenena el sabor de la victoria.
Esta maldición tiene como forma más universal el descubrimiento del fraude en
el objeto de deseo por el que se luchó y sacrificó a los adversarios.
El habitante de la cúspide de la pirámide del amor será
presa del vacío que se esconde tras el máximo triunfo en una contienda cuyo
contenido era simbólico, es decir, carecía de consecuencias prácticas de
eficacia. Presumiblemente desposeído de las herramientas intelectuales
necesarias para deconstruir la ideología que ha formado su deseo, se entregará
a la persecución desordenada de un verdadero objeto amoroso, inalcanzable ya
por inexistente, bajo el aspecto de todo tipo de deformaciones, más o menos
monstruosas, del original.
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