Es evidente que en todas partes no se vive igual. Con independencia de las razones particulares que puedan modificar las condiciones de felicidad en cada individuo, su posición en la pirámide determina la satisfacción eroticosentimental a la que puede aspirar en sus relaciones.
La gran mayoría de los individuos aparecen, por pura norma estructural de la pirámide, o, si se quiere, por pura ley de orferta-demanda, en posiciones que no los convierten en objeto de aspiración inicial para el resto. Esta gran mayoría de individuos rechazados a priori son la fuerza que convierte a la pirámide en el mecanismo eficaz de perpetuación del sistema, el caso paradigmático, podríamos decir; aquellos para los que la pirámide está diseñada. Aprenden en la frustración a adaptarse a aspiraciones muy inferiores a las iniciales, y ceden resignadamente a emparejarse con individuos de su propio nivel sólo cuando pierden la esperanza de lograr verdadera satisfacción. La desesperación y pérdida de autoestima con la que llegan a la pareja aporta a ésta un ansia de compromiso que se traducirá en la tríada matrimonio-piso-hijos constitutiva de la finalización del ciclo vital que el sistema les asigna, tras el cual su vida erotico-sentimental queda en un limbo que invita a la extinción, salvo en lo que es sustituida por ese brusco desplazamiento del amor romántico que es el amor a los hijos, el cual conserva en forma perversa numerosos rasgos que delatan su origen.
En dicho limbo se encontrarán, tal vez, con los otros olvidados: aquellos que quedaron por debajo de la norma de calidad mínima para ser elegidos y cuyas posibilidades de satisfacción son tan reducidas que apenas pierden jamás conciencia de su infelicidad. Hablaremos en otro lugar de este grupo masivo e invisible. Si los anteriores eran la base de la pirámide, seguramente éstos sean los sótanos, o los cimientos o, quizás, las catacumbas.
Por encima de ambos pisos, el aire empieza a ser más fresco y el número de habitantes más reducido. Sin entrar en mayores subdivisiones distinguiremos la altura a partir de la cual el individuo obtiene tanta satisfacción eroticosentimental en sus relaciones que deja, mayoritariamente, de formar parejas estables (o las forma por razones no eroticosentimentales, reservando consolidadamente sus posibilidades de satisfacción fuera de la pareja). Estos individuos no se han educado en el fracaso sentimental, sino en un razonable éxito (que a los demás parece mucho, sin duda, pero a ellos no tanto en la medida en que la ideología romántica les lleva a idealizar sus fracasos). Su sentido crítico se mantiene razonablemente intacto. Siguen identificando la rutina y la frustración, y pueden permitirse rechazarla en favor de la renovación del placer a través de una nueva pareja. Su posición en la pirámide podrá evolucionar con la edad, y descender, lógicamente, llegado el declive físico, pero su conciencia ha madurado según unos referentes que difícilmente les harán perder la perspectiva de lo que están logrando en cada ocasión, optimizando así sus herramientas sea cual sea el piso en el que les toque desenvolverse. Cuando su mentalidad es suficientemente conservadora como para forzarles a entrar en el ciclo de reproducción del sistema, forman las parejas que habitualmente representan el ejemplo de felicidad para las del piso mayoritario, no siendo dicha felicidad otra cosa que la identificación por parte de los de arriba con la proyección de felicidad emanada desde abajo. La pareja feliz lo es en la medida en que puede seguir comparándose con las que no lo son, pero nunca por razones endógenas, que les llevarían al hastío y la búsqueda de la renovación del enamoramiento fuera de la pareja.
Culminando la pirámide, sobre esta zona noble de individuos no sustancialmente perjudicados por la pirámide, se encuentran dioses y reyes. Aquéllos son las verdaderas princesas y caballeros, los que elegimos originalmente cuando todo el mercado estaba a la disposición de nuestra ficticia omnimpotencia. Éstos son los verdaderos dueños del sistema, los que acumulan tanto poder que tienen la pirámide a su disposición. Los poderes fácticos que subsumen la pirámide del amor como subsumen el resto de las escalas sociales en tanto que ellos son la cumbre del sistema mismo, la expresión máxima de su poder, del que el amor es sólo uno de sus pilares. Ambos recibirán también atención en otro texto. De momento quede dicho, o recordado, que tienen derecho de pernada.
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