No es blasfemo intentar entender el amor. Ni siquiera es ambicioso. Pero al hacerlo nos encontramos con ese obstáculo propio de lo mistérico que consiste en juzgar como un error el deseo mismo de comprender. Es curioso contemplar cómo fracasan en sus investigaciones todos aquellos que creen en la existencia de lo incognoscible. Divierte escuchar al feriante Iker Jiménez decir “nosotros planteamos preguntas, no damos respuestas”. Esa discutible “actitud científica” les viene obligada por la cuenta corriente. Cada respuesta que dieran tendría que ser siempre y sistemáticamente la misma: no hay misterio. Poco duraría la atracción.
El amor utiliza el mismo truco sacerdotal. La única manera de evitar que el Mago de Oz se convierta en anciano con megáfono es no permitir mirar entre bambalinas. Pero aquí, ¿quién es la Iglesia? Una de las fuerzas claves que sustentan esta ocultación es la puesta en ejercicio por la mala conciencia de cada uno generada al realizar cada acto de amor. Los más fervorosos creyentes suelen ser aquellos cuya valoración como individuos éticos saldría peor parada si el amor perdiera la capacidad para legitimar sus acciones pasadas, ya sea por el daño que hicieron, ya por el que se han hecho a sí mismos.
Afirmé en ¡Ni! que la negación irracional no requiere de contraargumentación, y que debe ser valorada como una simple expresión de la voluntad. La negación irracional no juzga, sino que enuncia un deseo, trivial desde el punto de vista de la determinación de la verdad. Independientemente de opiniones sobre si el amor se puede conocer o no, el amor es algo, incluso aunque sea una ficción, pues todos lo utilizamos y todos requerimos de dicho concepto como herramienta para explicar la realidad. Todos señalamos una cosa cuando hablamos de amor. ¿Cuál?
Nuestra cultura social ofrece también respuestas menos cerradas. Conservando siempre la capitulación de partida en la aspiración a conocer de manera eficaz e instrumental, es decir, más allá de lo que puede constituir una opinión vaga, se dice que el amor es un sentimiento. Quienes así lo clasifican convienen en varias características del mismo: Que es, o tiene que ver con, una forma de afecto, que su intensidad es mayor que la de otros afectos, y que tiene un componente de pérdida del juicio. Es la mania griega, la locura de amor, la atracción desestabilizadora que los clásicos valoraron en ocasiones como una enfermedad y que nosotros llamamos también “enamoramiento” para distinguir la fiebre individual de la satisfacción de la misma sobre su objeto, que sería la realización en sí del “amor”.
No quería adelantarme pero… ¿entonces el amor no es un sentimiento? Decimos que lo es aunque, por otro lado, necesitamos rescatarlo de ese significado para designar otra cosa. ¿Y de qué otras teorías disponemos? El resto de las usos coloquiales no lo hacen escapar demasiado a la categoría anterior. Se hablará de emoción, de pasión, de estado de ánimo… Intuida la insuficiencia de esta definición se llegará a hablar de “sentimientos complejos”, “compuestos”, “contradictorios”… Como último recurso para describir dicha complejidad, se utilizarán condiciones de consecuencia: “El amor es un sentimiento que te lleva a aceptar al otro tal y como es”, o, “a dar sin esperar recibir”, o, “a no necesitar nada más”. Hay que decir que estos esfuerzos se alejan cada vez más de cualquier eficacia descriptiva y que, atractivos como principios, son incapaces de diferenciar en lo más mínimo qué es y qué deja de ser “amor”.
Ya sabemos que el amor no parece ser lo que se dice que es, y hemos concluido esto porque el objeto designado amenaza con ir a no encajar en la definición. En la práctica comprobamos que la definición del amor-sentimiento supera un número notable de filtros prácticos. Si alguien nos dice que siente amor, aceptaremos llamar amor a un sentimiento. Si alguien nos dice que un tercero siente amor es posible que desconfiemos y pidamos nuestras propias pruebas en forma, tal vez, de síntomas de un sentimiento: ¿Se muestra obsesionado? ¿Tiene un comportamiento diferente? ¿Tergiversa involuntariamente la realidad en lo que se refiere al objeto de su amor?
Pero si los síntomas son contradictorios, la teoría del sentimiento se tambalea. Se nos da a juzgar el caso de alguien que dice sentir amor, pero no está dispuesto a tener una relación de pareja con la persona amada. O el de alguien más, completamente obsesionado con su pareja que, a la vez, mantiene relaciones sexuales con otros. En ambos casos diremos que no hay amor. Habremos dispuesto de indicios fehacientes de que el sentimiento de enamoramiento existe y, sin embargo, otra categoría de factores ha pesado más: los actos.
Son unos actos concretos los determinantes a la hora de que concluyamos si estamos en presencia de ese ente llamado amor. En la medida en que un sentimiento, simple o complejo, sea suficiente a veces para alcanzar dicha conclusión, podremos hablar de una condición secundaria, o subordinada, o consecuencia de la primera. Pero llegados aquí podemos realizar ya ese giro capital que nos llevará a partir de ahora a hablar del amor en términos chocantes. El amor es un conjunto de actos; amar es realizar una serie de cosas, y todos aceptaremos, para nuestra sorpresa que, en el fondo, nunca hemos llamado amor a nada diferente que a la realización de estos actos.
Sabemos que los actos son varios, y adelantaré que son sucesivos y ordenados, de modo que podemos decir que no se trata sólo de un conjunto informe de actos, sino de una estructura organizada de los mismos: un guión. Un último componente, cuya explicación también ampliaré más adelante, nos permitirá llegar a la definición completa. El individuo que, por realizar los actos del amor, ama, ignora a qué actos se verá obligado tras los que realiza ahora aunque, paradójicamente, éstos sean los mismos para todo el mundo. Así, el amor no es sólo un guión, como lo es El Sueño Eterno, en el que cada actor comprende, estudia y planifica su personaje. El amor es un guión representado a ciegas, del que se nos entrega una secuencia si, y sólo sí, hemos terminado la anterior, cumpliendo ese milagro de la ignorancia que es sorprendernos siempre con lo que ya deberíamos haber esperado.
Dicen que El Sueño Eterno también fue un guión ciego, en el que Chandler y Hawks decidían cada día cómo avanzaría la oscura trama. Tal vez por eso, o tal vez por ser oscura, surgió el amor entre sus protagonistas.
2 comentarios:
didistr¿ tu has visto el programa de Iker o hablas de oídas como hacen tantos con actitud poco científica?
Has visto al Premio Príncipe de Asturias de la Ciencia J.I. Cirac hablando de viajes en el tiempo? ¿ Has visto al también premio Príncipe de Asturias Bermudez de Castro hablando de los enigmas de la evolución humana? ¿ Has visto a la física cuántica del CERN, Sonia Fernandez Vidal hablando de la velocidad de luz? ¿ Has visto a Manuel Loeches, director de Neurociencia cognitiva de la Complutense hablando de los límites y posibilidades del cerebro?
¿ Estos son feriantes? Todos estos colaboradores habituales del programa de Iker. Por no hablar de áreas más lejanas como antropología, arqueología o criminología.
Pero si los citados son feriantes, yo me apunto al circo, amigo.
No conozco a una sola de esas personas y, sin embargo, si colaboran en un programa similar al que realiza en la radio, que es lo que sí conozco, sólo se les podrá llamar vendecabras.
Pero, lamentablemente, este blog no trata de la superstición científico-espiritual, ni de las entrevistas mutuas Punset-Dragó apadrinadas por Jodorowsky. Aunque el tema es primo hermano.
Publicar un comentario