Me preguntan que de qué va esto. Me dicen que un título como “contra el amor” ya es suficientemente negativo como para que cada texto no se dedique después más que a criticar y cerrar puertas. Me dicen que el NO seduce poco. Que afirme algo. Que qué propongo yo. Que, al menos, le dé un nombre.
Dos pegas a estas recomendaciones. Toda reflexión completa debe comenzar por la observación crítica, es decir, aquella que describe y señala los puntos débiles de lo real. Cambiar el frigorífico cuando se ha roto (aunque todavía enfríe un poquito) y, si no había noticia de la avería, anunciarla, por agorero que resulte. El anuncio es la parte negativa, el cambio, la positiva. Pero la segunda sólo puede ir tras la primera. Tengo, además, la impresión de que, dado el tema que aquí se trata, la negación será de límites, es decir, afirmación de libertades, aunque sean expresadas mediante rechazos.
Si el amor no, entonces, ¿qué? En ocasiones, surgen interlocutores que manifiestan la desesperación de un adicto. “¡Amo el amor! ¡¡No puedo vivir sin él!! ¡¡¡No me lo arrebatarás!!! ¿¡¡¡Qué vida sería ésta si no amáramos!!!?” Y yo sin dejar de arrebatarlo, sembrando la desolación… ¡Canalla! Ya he explicado en algún momento que la pérdida de sentido de la vida sin amor es uno de las armas disuasorias que fundamenta el poder de éste (qué mal estamos con nuestra pareja y, el día que la dejamos, ¡qué vacío!), pero debo confesar que los yonquis, a veces, resultan irritantes.
Entiendo, sin embargo, que el formato blog deja el progreso de la reflexión demasiado en suspenso, sin saber si, en algún momento, se pasará de la crítica a la teoría y de la teoría a la propuestas o si, al menos, llegará a cambiar el tono destructivo. Así que, adelantemos…
“Si estás en contra de la monogamia, ¿propones la poligamia? ¿Es el poliamor, entonces? ¿Es un nuevo poliamor con apellido? ¿El poliamor contraelamorístico?”
…
Las palabras son muy útiles. Nunca acabaría uno de explicar lo útiles que son las palabras. Diría que la utilidad de las palabras es lo único que las palabras no alcanzan a expresar. Pero ni la vida ni el lenguaje se resuelven siempre mediante la reproducción.
Desde el punto de vista terminológico, el gesto principal de este blog se realiza sobre el concepto “amor” y consiste, por un lado, en incluir en él no sólo una emoción, sino el sistema ideológico y preformativo que la sustenta; por otro, en una revalorización moral del concepto (a la baja) según la catadura de dicho sistema como conjunto coherente, responsable y opcional. Dicho alto y claro: empezar a pensar en el amor en términos de vicio y no de virtud.
No establecer relaciones de amor no significa no establecer relaciones. Ni siquiera significa no intimar, no tener vida sexual o no asumir compromisos. Pero todos estos comportamientos tendrán su propia realización como finalidad, y no irán forzosamente articulados a otros que el amor dicte, arrastrándolos consigo y siendo arrastrados por ellos. Antes, por tanto, de describir una nueva tipología para las relaciones deberemos enfrentarnos a este espacio de libertad en sentido negativo (poder hacer sin saber qué hacer). Nada queda en él proscrito, salvo la aceptación acrítica de la mecánica del amor. Un panorama más sugerente que angustioso para quien no tema los espacios abiertos.
Pero, por si seguimos necesitando un nombre, usemos, provisionalmente, el de “amistad”. Está sacado de la basura pero nos puede valer. Es, por excelencia, el término empleado cuando no se tiene otro, cuando no se sabe qué decir o cuando se quiere dejar el sentido en el aire. Desde el punto de vista de la consistencia semántica, es el último despojo así que, en cierto modo, no tiene dueño. Además, es el más universal: corresponde a la gran mayoría de las relaciones, hasta el punto de que casi es su sinónimo, salvo por el sesgo afectivo.
Pero aun siendo el donnadie del vocabulario sobre relaciones, aporta una pátina ética que nos evitará caer en el cinismo. Su protocolo, a falta de uno de nuestro propio cuño, servirá de referente allí donde, habiendo impugnado el del amor, hayamos perdido el norte por completo.
Así que, de momento, todos colegas.
¿Qué pasa, colega?
4 comentarios:
"El amor es al ser humano como la fuerza de gravedad es a la materia. Se puede poner una tabla debajo, o colgar a la manzana del rabo, pero no dejaran de sentir la fuerza": ¿Se podría comenzar así?
Yo creo que más bien el amor es al ser humano como lo es la religión. Creemos por miedo a no creer y amamos (o lo que sea) por miedo a no amar, a hacer otra cosa para la que no tenemos ni nombre.
En la religión es todo mucho más fácil, las pautas están claras, y si crees pues te salvas y optas a la vida eterna, ¿quién no quiere eso?.
En el amor en cambio, pues si, amas, pero siempre amas más o menos que el otro, o igual pero más tiempo, o menos, o con más o menos intensidad. Es decir, que al que amas, no es Dios que quiere a todos así sin criterio, y hasta el infinito y más allá. Es otra persona con sus circunstancias amatorias.
El miedo, esa es la sensación más poderosa del ser humano, ni amor ni leches, y mientras las opciones al amor sean el vértigo, amaremos como podamos.
La metáfora de la gravedad se aplica más al deseo sexual que al amor en tanto que, efectivamente, siempre hay un apetito susceptible de despertar y, si no lo hace de manera frecuente, es porque interpretamos que la situación no es adecuada. La falta de conciencia crítica hacia esa interpretación, la imposibilidad para descubrir el apetito tras la aparente falta de apetito, nos señala la presencia de una represión.
Un pansexualismo no reprimido limitaría de nuevo el deseo, pero como lo hace el juicio sobre alimentos adecuados e inadecuados.
El caso del amor es distinto. Como afecto generalizado hacia el género humano es una emoción débil, a veces casi ilocalizable en los estudios psicológicos. Va, además, acompañada de la aversión hacia el otro como obstáculo a priori, también universal. Pero ambas emociones sufren de una represión insignificante comparada con la del deseo sexual, y por tanto no habría tabla bajo la manzana.
Si hablamos del amor romántico, entonces no hay universalidad en absoluto y la metáfora de la gravedad no encaja.
La comparación con dios es muy pertinente, y una de las semejanzas principales es, efectivamente, el alimentarse del miedo.
Estemos de acuerdo o no, todos conocemos el argumento de que la religión proviene del miedo. Es más inesperado afirmar lo mismo del amor. De hecho utilizamos una distinción entre amar de verdad y amar por no estar solo (que no es verdadero amor, añadimos siempre). La distinción es ficticia en tanto que quien ama por el placer de amar no garantiza la compañía, viéndose conducido progresivamente a amar para no estar solo, y eso mediante sucesivas experiencias traumáticas (http://www.contraelamor.com/2011/07/ante-el-amor.html).
Pero el amor tiene con dios o, mejor dicho, con un dios, una semejanza más sustancial: la divinización misma. Por causas que somos incapaces de justificar, el amor es infalible. No sólo no puede equivocarse, sino que cualquier error es consecuencia de no haberle escuchado. Frente a la razón, verdadero fundamento de cualquier tipo de discernimiento, el amor se autoproclama razón de rango superior. Así, como dios, coarta la emancipación del hombre y lo condena al error sin derecho a réplica; a la infancia moral.
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