Son escasísimas las películas que no hablan de amor, al
menos tangencialmente.
No digo ya que no tengan el amor de fondo, como se tienen de
fondo, normalmente, el resto de los valores de la cultura que las produce. Digo
que el amor forma parte de la narración misma en la gran mayoría de los casos.
Vamos, que ver una película implica tragarse una historia de amor casi seguro. Los guionistas saben que hay ciertas expectativas cuya frustración el
espectador no perdonará: la personificación del mal en alguien sobre quien
descargar nuestro odio; la asunción, por parte del protagonista, del control de
su propio destino, arrebatándoselo al entorno; y, en fin, que haya una historia
de amor. Hasta los más reacios a los tópicos sentimentales, hasta los que antes
huiríamos si nos dijeran que nos disponemos a ver una película (vulgar) “de”
amor, nos sentiríamos incómodos si éste no formara parte de la trama. Y es que,
¿qué clase de victoria logra el protagonista sobre su oponente o sobre su
propio destino si el premio no es el amor, narrado en más o menos metraje?
Alguna hay. O alguna habrá, ahora no sé. Pero apuesto sin
ver a que aún son menos las que reflexionan seriamente sobre el asunto; las que
se hacen para decir algo al respecto que no aparezca en la receta estándar.
Porque tan arriesgado o más que eludir al amor dándolo por hecho, es
denunciarlo y dejarnos huérfanos de él. Al analizarlas veremos que, como la
ciencia ficción apocalíptica, nos dejan la incomodidad, la indignación como
sabor final; y, a partir de esa inestabilidad, la necesidad de pensar.
Analizarlas no será sólo eso, sino también convertirlas en referencia con la
que remplazar nuestra educación monógama transmitida por legiones de acríticos
guionistas clonadores de la ideología que les ofrece el lucrativo final feliz.
Esos que nos quieren convencer en las entrevistas de que se emocionan con su
propio relato romántico.
La ventaja de la escasez es que se siente uno capaz de
dedicar un texto a cada película explicando que interés les ve en relación con
nuestro tema. Eso sí, la lista está abierta y se admiten sugerencias.
EYES WIDE SHUT
Si el símbolo del amor ciego comprendiera sólo la fase del
enamoramiento se complementaría con otro en el que Cupido recuperara la visión.
Pero lo que nos pretende contar no es que el amor es ciego, sino que el amor
deja ciego: único momento privilegiado en que los opuestos colisionan. Es en
ése en el que sobrevaloramos a la persona amada, paradigma de la sinrazón
romántica. Pero, después, la obnubilación ocultará otras realidades, todas ellas
desarrollo de aquel momento originario en que la razón y la sensibilidad
perdieron contacto.
Kubrick nos dejará claro desde el título de su obra póstuma
que la responsabilidad sobre lo que decidimos ver la tenemos sólo nosotros. El
cambio de nombre a Cupido es su primer juicio de valor. Si el dios se llamara
Eyes Wide Shut no tendría la fisionomía de un cándido y optimista putti, sino
la de un cobarde.
Entre todas las películas críticas con la monogamia o el
amor, no he encontrado aún otra tan clara y despiadada. Dicen que una obra de
arte debe mostrar lo superficial para representar lo profundo, pero Kubrick no
se ayuda de subterfugios y decide ir tan al corazón del problema que no sabemos
si estamos ante una narración o un ensayo.
Cuando, tras una velada controvertida, Alice Harford decide
que tanto ella como su marido deben quitarse la venda que les impide ver su
vida sexual en toda su sordidez, ignora que lo condena al vía crucis de
descubrir esa misma sordidez en toda la sociedad a la que pertenecen. A partir
de ese momento, y con los caballos del deseo y los celos desbocados, el Doctor
Harford atravesará, una tras otra, las, hasta entonces, invisibles puertas
rojas donde el mundo esconde su sexualidad basura. Sin abandonar la
irreprochabilidad moral que le ha venido guiando, se ve obligado, en cada
ocasión, a rechazar lo que le tienta buscando siempre el nivel superior: allí
donde, por fin, el hombre podrá permitirse satisfacer higiénicamente el recién
descubierto deseo reprimido. Su odisea le conduce a la cima de la pirámide
social, representada por una superorgía, apoteosis de la objetualización y la
divinización del objeto; exaltación, y no superación, de la conflictividad con
que la vida sexual atraviesa el cuerpo social de punta a punta.
El horror y la repugnancia por el mundo y por sí mismo lo
devuelven a Alice. Ella, superada en un primer momento, encontrará al final la
propuesta más pragmática: la revalorización de la pareja como castillo en el que
protegerse de la amenaza sexual del exterior. La conciencia de estado de sitio
es la que debe corresponder a la pareja madura y consciente. Su sexualidad
estará ahora gobernada por la idea de liberarse de sí misma: el deseo debe
alimentarse del ansia de hacerlo desaparecer. Follar por la desatada ambición
de no follar.
Se haría largo hablar de las máscaras, de la estética
simbolista, del guiño al cinismo antimonógamo de Woody Allen, de la elección de
la pareja Kidman-Cruise y su condición de actores-cobaya, de la relación entre
el marinero y el médico y entre el médico y el profesor, de la figura de la
esposa-puta y de la puta-madre… Pero hay un elemento tan crucial que no es de
recibo pasar por alto. El discurso final de la señora Harford tiene lugar en
una tienda de juguetes donde su hija elige los regalos que a Santa Claus le
corresponderá despeñar por la chimenea. Al ver esto recordamos que todos los
escenarios han tenido esa voluntariosa, artificial, ingenua decoración navideña
que contrastaba estridentemente con la seriedad del asunto.
Ahora comprendemos que uno de los relatos latentes ha sido
esa pugna: el subconsciente y la Navidad, como gran celebración de la familia
capitalista y procreadora, en guerra, y ésta última ganando la batalla para el
statu quo, cuando parecía tenerlo todo perdido. ¿Cuál es su arma definitiva, la
que ninguna de las fuerzas telúricas desplegadas en una narración de
pretensiones míticas ha podido doblegar?
Esa niña.
Esa niña.
2 comentarios:
Esa deber ser a la que se refería Rajoy. Estupendo análisis, ahora libro: "Ada o el ardor", V. Nabokov.
Anotado.
En breve, una pequeña bibliografía. Abierta, como la filmo.
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