Entre los modelos de relación sentimental que nos ofrece nuestra sociedad tampoco disfrutamos de muchas alternativas. Se podría decir, incluso, que ni siquiera disfrutamos de la insana división político-ideológica en dos Españas que durante tanto tiempo nos ha distraído del lógico objetivo de la mejora social. La propuesta es siempre la pareja monógama y, como, a decir verdad, sucede en política, si las distintas candidaturas representan lo mismo, entonces no hay tal diferencia sino (y es sólo un pequeño cambio con respecto a la obligación manifiesta) un espejismo de libertad.
Pero, abusando del símil, es posible que localicemos una frontera no del todo ficticia entre dos, llamémosles, “estilos” aplicados al mismo modelo. Uno nos recuerda con fuerza a la pareja tradicional por su consistente identificación con el patrón heredado. Los simpatizantes de este estilo no albergan grandes dudas sobre su conveniencia y eficacia si se siguen correctamente las reglas que lo afianzan. Desean encontrar a alguien con quien formar una familia y compartir sus vidas, y entienden que esa persona surgirá, tarde o temprano, de un modo más o menos natural. Será identificada, a partir de ciertos hitos, como la adecuada, la que corresponde, la que debe ser, y esta convicción ayudará a resolver conflictos, desarrollar proyectos, y experimentar cada paso con la satisfacción del éxito. En caso de ruptura quedará una fuerte unión psicológica, un problema de difícil solución y presencia perpetua, ya desemboque en reconciliación o en cese de contacto.
A una cierta distancia aparece el otro grupo mayoritario formado, como el primero, por aspirantes a encontrar una pareja con la que compartir íntegramente su vida, diversas circunstancias ideológicas o biográficas rebajan sus expectativas. Han reaccionado mediante la adaptación a una situación que será considerada como crónicamente provisional, en tanto que ni siendo satisfactoria hay garantías de que se cumpla el deseo de que dure a largo plazo. Esto les resta fuerza a la hora de luchar por conservar a su pareja, e incluso de decidirse por ella, toda vez que la figura de la persona adecuada no se les dibuja siempre con claridad. A cambio tienen el beneficio de la rápida recuperación, de una mejora en la capacidad de disfrutar de la relación actual sin el peso de la anterior, y del recurso extra de la ruptura no traumática como forma de resolver los problemas. En definitiva, más adaptabilidad y menos eficacia.
Salta a la vista que lo que une ambas opciones es más de lo que las separa. Si no fuera porque sus simpatizantes acostumbran a identificarse a sí mismos como pertenecientes a una u otra, se diría, desde cierta distancia, que sólo son dos matices, tal vez los más extremos, de un mismo color. Así, los Partidarios de la Pareja Perpetua (PPPs, podríamos llamarlos), tienen una educación sentimental enfocada a la obtención del logro final tras la superación de un determinado número de experiencias fallidas experimentales, conceden a la vida sexual un lugar clave en la identificación del sentimiento que debe mantenerlos unidos, y ven a los hijos como el fruto natural de la relación y la fuente de su alegría hasta el final de la existencia. Los Partidarios de la Separación Superable (PSSs) tienen, a veces, ciertas dificultades para saber cuándo acabó su formación sentimental y cuándo comenzó la aplicación de lo aprendido, pero hijos, vida sexual y educación sentimental juegan exactamente el mismo papel.
La verdadera brecha no aparece entre las distintas versiones del modelo, sino entre su generalizada aplicación y su perseverante fracaso. Porque en lo que PSSs y PPPs estarán siempre de acuerdo es en que el recorrido les ha sido complicado, en que se han encontrado con obstáculos desmoralizantes, casi hasta provocarles el abandono, y en que, por la causa que sea, en su entorno social tampoco se puede decir que haya una “normalidad” satisfactoria. Sumado (o restado) a esto el obligado optimismo necesario para acarrear la infelicidad diaria, amén del secretismo que la pareja impone en cuanto a su disfunción para no desestabilizarla aún más (optimismo de grupo, si se quiere) se diría que el panorama es perfecto para el surgimiento de alternativas “reales”.
Porque las existentes son poco más que extremos de los extremos, habitualmente más disfuncionales aún. Los Partidarios del Cinismo Sexual (PCSs) obtienen una precaria solución de la aceptación de la infidelidad y la utilización de la misma sin escrúpulos, ya sea con sus parejas estables o sus amantes esporádicos. Los que lo son del Cinismo Emocional (PCEs) dan por hecho que la pareja no es más que una convivencia sin comunicación íntima, plataforma para otros fines individuales, en la que el verdadero objetivo es una cordialidad estable. Los Partidarios de la No Agresión Sentimental (PNASs) han perdido la esperanza de compensar el dolor sufrido y el provocado, y se han refugiado en una soledad sociable pero sentimentalmente distante y escéptica, mientras que los Partidarios de las Relaciones Abiertas (PRAs) intentan compaginar placer sexual con estabilidad sentimental mediante voluntariosas y estériles negociaciones.
Pero, de momento, PPPs y PSSs, PCEs y PCSs, PNASs y PRAs se atribuyen la culpa o, al menos, la causa de su rareza. El elemento colectivo, el amor, sigue siendo una sacrosantidad intocable e infalible: un dios. Quien no dice amor está diciendo odio, está blasfemando, y es más culpable que nadie de que el milagro no se produzca.
En realidad, es otro milagro el que necesitamos: el del fin de la superstición.
2 comentarios:
cuando venzamos la superstición puede que encontremos la libertad, cuando encontremos la libertad puede que encontremos el amor duradero, pues lo que conocemos y nos gusta su sensación es el amor en pequeña dosis de sentimientos.
Muy inspirador.
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