Todos hemos aprendido que el amor es imprescindible para alcanzar la felicidad. Todos sentimos en lo más íntimo que, si esto es así, jamás seremos felices. Hay un problema, no cabe duda... ¿O no hay un problema, sino que la vida es el problema y el amor su trabajosa e improbable solución? La única salida, la única esperanza frente a la soledad a la que el ser humano está condenado por su naturaleza, por la sociedad, por el destino… Alcanzar el amor es, sí, extremadamente difícil, pero eso no debe desalentarnos, pues la alternativa es una aceptación estéril de la infelicidad. Además, el amor premia a quien lo persigue con fe, a quien se prepara para él, a quien se entrega a él sin esperar nada a cambio. En el momento en que se deja de esperar… entonces llega.
No sé cómo seguir. Si con un corte tajante:
Bien, ésa es una de las dos respuestas posibles. No va a ser la nuestra.
Con un sarcasmo:
¿Quién sabrá tanto como para haber respaldado estas afirmaciones? (porque aquellos a los que yo se las he oído estaban todos en la fase de entrega, pero aún no habían recibido la nómina).
La otra respuesta es que esté fallando la máquina; que no sea así. Que no sea así… ¿qué? Pues nada. Todo. Todo funciona mal, desde el comienzo hasta el fin. No hay parte a la que agarrase como principio sano. Y no tenemos idea de dónde está la avería. El amor es un aeroplano renqueante con el que un panadero náufrago debe escapar de una isla en mitad del océano. "¿¿¡Qué le pasará a esto!?? Uf… hombre, moverse se mueve… "
Con un poco de suerte el panadero no estará contaminado de la máxima suicida “el que no arriesga no gana”. Tendremos que olvidarnos de escapar, al menos de momento, y desmontar el mecanismo entero.
Replantearnos el amor es, principalmente, reconsiderar la monogamia. Ésa es la forma que le damos al amor, y es dentro de sus leyes donde experimentamos tantas insatisfacciones, Debemos, además, replantearnos el amor en sí (aunque en la práctica tenga menos peso que la forma que le damos), con todo lo que evoca: afecto, pasión, entrega… Nos replantearemos el sexo, eso seguro (que es siempre lo más urgente), y, en fin, todo lo que nos vaya saliendo al paso.
Pero eso será en otro lugar. Antes nos desharemos de algunos lastres ideológicos cuya consistencia, se verá, es muy inferior a su peso. Lo haremos sin exhaustividad ni regodeo, como si tuvieran tan poca importancia como merecen.
Cántame, musa:
- La naturaleza nos ha hecho para estar con una sola persona. Se habla de la naturaleza con mucha frivolidad. Cuando (y éste será el mejor de los casos) estemos ante un biólogo reduccionista, ofrezcámosle bibliografía sociológica, psicológica o filosófica. Cuando, por el contrario, estemos ante la cita de un documental oído desde el baño, pidámosla. Que nos ilustren.
- Quien no cree en el amor es porque aún no lo conoce. Éste es el más fácil. Si se replica seriamente diremos que el argumento es subjetivo, tautológico y “ad hominem”. Subjetivo porque otorga superioridad a una subjetividad sobre otra (“yo sé lo que siento y lo que sientes tú, pero tú no puedes saber lo que siento yo”). Tautológico porque da por demostrado aquello que pretende demostrar (“la inexistencia no puede existir”, vamos, que no afirma nada). “Ad hominem” porque nos pone en la incómoda tesitura de argumentar con nuestra biografía y no con nuestras razones. Por eso, si no nos apetece concederle seriedad podremos darle la vuelta y contestar que sí, que conocemos el amor en cualquier forma e intensidad imaginables y que lo que él no conoce es el sufrimiento que le espera. Qué más da. Total, él también está mintiendo…
- Quien quiere a más de una persona a la vez no quiere de verdad. Tautológico de nuevo. Si querer a más de uno no es querer, entonces cuando se quiere a más de uno no se está queriendo. No es un gran avance. El amor queda recluido a priori en el amor a uno, independientemente de que alguien quiera mejor a varios de lo que otro quiere en exclusividad. Es la apropiación del término, vacío de contenido. Luego está lo de que a todos los hijos se les quiere (“igual”, añaden los padres). Aquí dirán “es un amor distinto”. Tautología de nuevo.
- Cuando alguien nos llena del todo no necesitamos a nadie más (y su corolario: cuando nos fijamos en alguien más es porque ya no queremos a nuestra pareja). Encontrar aspectos en los que cada uno se siente insatisfecho, hasta en la más perfecta de las parejas, es muy fácil. Hagámoslo. Incluso se puede, con un poco de maña, demostrar que el más enamorado se siente atraído por terceras personas. Descubrir infidelidades suele requerir sólo un poco más de esfuerzo, pero ése dejémoslo a su pareja, que sabe desbloquear el móvil.
- El amor es lo más bonito de la vida. Soy esclavo de mis palabras y he escrito “sin regodeo” de modo que: alguna de las cosas más monstruosas de la vida también forman parte del amor (no del imaginado, claro, sino del real). El objetivo no es eliminar todo lo que el amor abarca hoy, sino encontrar la manera de separar sus funciones legítimas de sus inmoralidades.
- Sin amor la vida es soledad. Éste es interesante porque desplaza el problema llevándolo a un terreno en el que es más abordable. La soledad no es algo que se supere necesariamente en pareja, me temo, ni algo que no se pueda superar fuera de ella. La soledad a la que coloquialmente nos referimos tiene dos componentes básicos: convivencia y comunicación. La convivencia no requiere pareja. La comunicación requiere mucho más que eso.
Libres de morralla, nos hemos ganado el derecho a pensar. Será agradable remitir a “textos anteriores” cuando se esgriman estas… razones. Pero, ¡qué barbaridad! ¿No? ¡Cómo ha habido que ponerse!