Quizás porque lleva una temporada en segundo plano nos
encontremos con distancia y frescura suficientes como para abordar una revisión
del tema del ligue (seducción) a la luz de los nuevos debates sobre
consentimiento y de la propuesta de discriminación sexual positiva que aquí se
está planteando.
Sabemos que hasta ahora el tratamiento de la cuestión había
sido estéril en el plano teórico. El único logro definitivo fue hacernos
comprender que ligar es una práctica anegada en machismo y que prácticamente
cualquier recorte le puede venir bien.
Pero, ¿hasta dónde llevar ese recorte? El “no es no” sacaba
del tablero la insistencia y la idea de que los primeros rechazos son
protocolarios. La interacción con mujeres desconocidas caía también bajo la
lupa feminista y nos hacía plantearnos si es de recibo considerar “abordable” a
una mujer por el hecho de serlo o por el de no estar acompañada de un hombre.
Hemos llegado a plantearnos si la perpetua amenaza de requerimiento sexual no
crea tal atmósfera de ahogo y falsedad para una mujer que incluso las iniciativas
con fines sexuales o sexosentimentales llevadas a cabo por hombres situados
dentro de su círculo de confianza quedan más allá de los límites del buen trato.
Imposible construir vínculos afectivos heterosexuales si una mujer debe saber
que tras cada amigo se esconde una propuesta sexual postergada pero inminente.
Se diría que el tema es un pozo sin fondo, y que no hay
respuesta generalizable que no sea la de confiar en el sentido común y en la sensibilidad
feminista de los hombres. O, al menos, esa es la desesperada situación hasta la
fecha.
La solución se encontraba, sin embargo, en una entrada de agosto del 2015 del
blog antiseductor.com: “Cómo ligar con mujeres sin molestar: No ligues”. Fin.
Limpio y elegante. Cualquier otro discurso alienta el acoso, no excepcional,
sino sistemático. Como decía, no existe norma posible que se pueda generalizar,
así que la única alternativa es zanjar el tema.
La propuesta de antiseductor seduce, qué duda cabe, pero
tiene un notable defecto: es inviable. Y no por argumentos forococheros tipo
“la humanidad se extinguiría” o “que liguemos es lo que ellas esperan”.
Lo es por una cuestión política elemental: no es un trato
que el enemigo vaya a aceptar. Se dirá: ¿por qué hay que preguntar al enemigo?
Obliguémosle. Y será entonces cuando descubramos que no disponemos de la fuerza
necesaria para hacerlo. Nos encontramos de vuelta en el mundo real, sobre el
que la propuesta de antiseductor realizó su aterrizaje forzoso hace ya tiempo.
La idea tiene una importante carga de legitimidad, pero no
tanta como para poner de su parte al necesario porcentaje de sujetos
implicados. ¿Qué es lo que le falta a este plan para aglutinar fuerza
suficiente o, traducido a términos sociales, apoyo suficiente?
Opino que el problema está en la estrategia misma. Su autor
se sirvió del poderoso truco de expresar la propuesta de máximos del bando
silenciado y adversario, haciéndola resonar en el bando opresor y propio. “No
liguéis”, “dejadnos en paz”, “olvidadnos”, “iros definitivamente a la mierda”
es un deseo que las mujeres han manifestado infinito número de veces con razón
sobrada y que ahora era expresado por un hombre produciendo efectos de empatía
y atención digamos, por ahorrarnos esta sangre, distintos.
Pero resultaba tan inasumible como siempre porque para los
hombres seguía implicando, al menos bajo esta fórmula, el sacrificio de aquello
que no es socialmente percibido como un privilegio, sino como una necesidad
inalienable: (luchar por) establecer relaciones sexosentimentales.
El enemigo va a decirle a las mujeres que no tiene intención
de acosar, pero que qué herramienta sustitutoria le están ofreciendo, porque
tiene derecho a una. Les va a preguntar, además, si eso que quieren ellas
imponer va a funcionar universalmente o solo cuando les apetezca, favoreciendo
a unos hombres y desfavoreciendo a otros. Y les va a decir, por último, que si
le están ofreciendo un trato igualitario o solo quieren desposeerle del privilegio
para apropiárselo ellas. Lo que el enemigo va a preguntar, en definitiva, es si
en esta propuesta de convivencia se ha tenido en cuenta su inclusión. Y lo
cierto es que no se ha hecho.
Con la gran mayoría de los hombres en contra solo hay tres
caminos, todos ellos colectivamente cerrados y todos ellos llevados a la
práctica individualmente para converger en un estancamiento que condena a las
mujeres a seguir soportando esa forma de acoso a la que llamamos “ligar”. La
primera propuesta es la patriarcal; la inmovilista propuesta del enemigo:
“ligar no es tan grave en la forma en la que hoy se lleva a cabo”. La segunda
es la propuesta de máximos de antiseductor: “no ligues”. Es la inversa, desde
el punto de vista de la confrontación. El sujeto oprimido se muestra sordo a
las razones y necesidades del opresor y expresa su deseo sin restricciones. El
opresor queda reducido a opresor atemporal sin capacidad para dejar de serlo;
es, por lo tanto, simbólica y marginalmente deshumanizado; el poder hegemónico,
sin embargo, sigue siendo suyo. Por último tenemos un abanico de soluciones más
o menos individuales, más o menos aspiracionales, que constituyen los puntos
juzgados por cada sujeto o colectivo como “justo medio” y que, como sabemos,
con frecuencia son injustos para los hombres y sistemáticamente son injustos
para las mujeres. Este continuo no es inocente ni ingenuamente
bienintencionado, porque está íntimamente relacionado con el valor sociosexual.
Pero no tocaré ese tema aquí.
Creo, sin embargo, que la propuesta de antiseductor es
rescatable desde el marco de la discriminación sexual positiva, porque la masa
social susceptible de identificase con ella se vuelve crítica.
No ligar como una medida de discriminación sexual positiva
implica la conciencia de que no solo se reivindica un derecho por parte del
sujeto oprimido, sino que se pide un esfuerzo, medido y provisional, por parte
del opresor. Las necesidades del opresor son escuchadas, valoradas y
postergadas, pero no ignoradas o despreciadas. Se reconoce el hecho de que, en
alguna medida, el propio opresor es víctima del sistema que le privilegia, pero
que su condición de víctima no es comparable a la del sujeto oprimido. Se
entiende el solapamiento entre necesidad y derecho, de modo que un sistema
opresor hace al sujeto dominador dependiente de conculcar los derechos del
dominado. Se incorporan las necesidades del opresor a un baremo único de
necesidades, en el que, debido a su magnitud, no ocupan posiciones destacadas.
En definitiva, se fuerza al oprimido a responsabilizarse de su empoderamiento,
limitando la posibilidad del uso despótico del mismo.
Este sacrificio, por lo demás justo, enfrenta al opresor con
una propuesta que ya no puede rechazar y que es, o está muy cerca de ser, coincidente
con la reivindicación de máximos.
Creo que podemos empezar no solo a debatirla sino, ya, sobre
la marcha, a llevarla a cabo.
Hombre: ¿te apuntas a no acosar? No ligues.
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