Como todo el mundo sabe, la gestión de los celos es el tema
estrella de cualquier taller, charla o conferencia sobre nuevos modelos
relacionales (si en vez de “nuevos” hubiera que llamarlos “no normativos”
tendríamos que entretenernos demasiado con las matizaciones).
Los celos son la medalla de oro indiscutida entre los
caminos de vuelta a la monogamia.
A considerable distancia, pero ocupando un nada desdeñable
segundo puesto, aparece el tema de la escalera mecánica relacional: eso de que
empiezo no queriendo ser monógamx pero no sé qué pasa, no sé qué pasa… que al
final no sólo lo soy, sino que ¡no me saques de ahí!
Es obvio que ambos están íntimamente relacionados y que la
explicación para ambas fuentes de conflicto van a parecerse mucho. Pero dejemos
por un momento la visión de conjunto y vamos a centrarnos en la escalera, que
la tenemos abandonada.
El análisis con el que más frecuentemente nos toparemos nos
ofrece dos causas para este ascenso aparentemente irresistible: el hábito y la
presión cultural. Estamos tan acostumbradxs a hacer que las relaciones
“avancen” que nos llenamos de perplejidad si se paran. Avanzamos poco menos que
por horror vacui; porque no sabemos qué otra cosa hacer. A esta tendencia se
suma que todo el entorno monógamo nos dice constantemente esa cosa tan chorra y
tan desagradable de la luna: que si no crece, es que mengua.
Así es, en dos palabras, la explicación que se nos está
dando. La herramienta que se nos invita a utilizar es la consciencia: tenemos
que darnos cuenta de que damos esos pasos para no darlos; para no permitir que
la monogamia corrompa nuestra propuesta.
Bueno, yo tengo otra explicación. A mí no me parece que el
problema esté (sólo) fuera de las no mogamias, sino (sobre todo) dentro.
Se llama AMOR.
Como he afirmado en otras ocasiones, el amor es la ideología
del gamos, es decir, el discurso cuya finalidad es la formación de éste. Así,
nada de misterioso tiene que no haya forma, por más que se quiera, de evitar la
monogamia, mientras se conserve el culto a su libro sagrado.
En demasiadas ocasiones, las no monogamias se defienden de la
crítica monógama a la deshumanización sobreidentificándose con el amor, del
mismo modo que hemos visto recientemente al PSOE defenderse de su rechazo al
CETA sobreidentificándose con la globalización. Para convencer de que el cambio
es responsable se acepta la presencia de una instancia supervisora impuesta por
el sistema. Una vez aceptada esa presencia, la revolución está abortada.
Veamos por qué:
-El amor invita a la sobrevaloración de la persona amada. Si
la persona amada es cada vez más valiosa, lo lógico es que deseemos estrechar cada
vez más nuestro vínculo con ella.
-El amor invita a “disfrutar sin complejos de la experiencia
amorosa” AKA “descuidar el entorno relacional”. Si estar enamoradx es excusa
suficiente para rebajar mi autoexigencia ética, mis vínculos se van a
deteriorar, de modo que el vínculo amoroso resaltará cada vez más sobre el
resto.
-El amor invita a la impulsividad. Si no estoy enamoradx,
prevalece la decisión de no ascender por la escalera mecánica relacional. Si lo
estoy prevalece el mandato amoroso del dejarse llevar, del no pensar. El
resultado es la repetición del hábito adquirido.
Son tres ejemplos importantes, pero se podrían encontrar
muchos más. El objetivo no es hacer la lista definitiva, sino entender que el
enemigo está dentro, no fuera, y que no se llama “amor romántico”. Se llama
AMOR, y cuanto más nos identificamos con él más inútil son nuestros esfuerzos
por construir cualquier otra cosa que lo que él ordena.
Y está por todas partes. No sólo en el nombre de la no
monogamia hegemónica, el poliamor, y en la iconografía de todas y cada una de
las no monogamias.
Está en la incorporación de otros conceptos como NRE (New
Relationship Energy, Energía de Nueva Relación) que vienen a disimular el
origen amatonormativo de la exaltación amorosa.
Está en las prácticas identitarias de los colectivos no
monógamos, entre los que las manifestaciones de amor, el culto al amor y la
carga amorosa del discurso constituyen el eje central de su cohesión. Lo que
construye o mantiene unidos a los grupos no monógamos es el amor mismo como
referencia.
Pero, si volvemos a las herramientas que se ofrecen desde
dentro de esos mismos grupos para evitar el indeseado ascenso encontramos que,
reinterpretadas, son perfectamente rescatables. Veámoslo.
La presión cultural está dentro de los propios modelos. Son
ellos los que someten a sus integrantes a una tensión insoportable entre una
escalera mecánica a la que todo el mundo debe subir y una posición de la que,
sin embargo, es obligatorio no moverse. Identificada esta presión dentro, las
posibilidades de impermeabilizarse ante ella son mucho mayores. El vehículo
para esa presión es la exaltación del amor.
El hábito no está sólo en el desarrollo personal de cada
individuo que practica la no monogamia, sino en el de lxs creadorxs de opinión
de los entornos no monógamos. No nos enfrentamos sólo al hábito de avanzar en
la escalera relacional, sino al de escuchar a quienes también avanzan y nos
hablan desde su hábito, y al de producir discursos influyentes a pesar de
permanecer atrapadxs en el lenguaje amoroso.
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