Tanto si comparamos modelos relacionales como si intentamos
adaptarnos a uno de ellos, nos conviene ser realistas. La monogamia, concretamente,
tiene suficientes dificultades de por sí como para que podamos permitirnos
añadirle las que provienen de la idealización.
Sin embargo, la idealización es uno de sus vicios más
recalcitrantes. A veces aparece en forma de idealización estadística, es decir,
bajo el modelo de la lotería: lo que es muy improbable que pase a cualquiera,
es casi seguro que me pasará a mí.
Otras, aún más graves, aparece en forma de milagro: lo que
no puede ser, será.
Mi intención en este texto es aplicar las expectativas
razonables a este segundo tipo de idealización, especialmente en la forma en
que aparece en las relaciones monógamas. Veremos qué es lo que tendemos a creer
que tenemos, o deberíamos tener, cuando tenemos una relación, y que no tenemos
ni tendremos jamás, porque tenerlo es imposible.
Sólo reconociendo estas limitaciones (que lo son en la
medida en que unx quiera llegar hasta los lugares cuyo acceso ellas limitan,
pero que pueden ser también pilares para construir mejores relaciones),
podremos esperar un buen funcionamiento de las relaciones monógamas.
1-Quien tiene una
pareja no tiene completamente una pareja.
Este aparente juego de palabras se constata bien gracias a
la experiencia que nos proporciona la monogamia secuencial.
Si somos realistas es fácil descubrir cómo los diversos
espacios que esperamos que ocupe la pareja han sido llenados con éxito desigual
por las distintas parejas que forman nuestro historial. Unas parejas han sido
mejores y otras peores, pero ninguna ha producido un encaje perfecto, ni en nuestras
necesidades, ni en nuestras expectativas, ni en los hábitos generados junto a
las anteriores parejas y que llegamos a considerar deseables o incluso
irrenunciables en las siguientes.
La literatura terapéutica y de autoayuda para parejas está
plagada de mensajes conformistas sobre este asunto, centrándose sobre todo en
el gran tema del sexo. “Tal vez tu pareja actual no sea la mejor pareja sexual
de tu vida”, nos dicen, “pero seguramente te ofrece otras cosas que la
convierten, en conjunto, en una pareja mejor”.
Este planteamiento conformista parte de una premisa falsa,
rígidamente monógama: las relaciones deben ser comparadas siempre como unidades
indivisibles. La relación es un pack: o lo tomas o lo dejas. Si lo tomas,
interioriza la adaptación hasta olvidarla. Subyace a ello la idea de que
debemos vivir nuestras parejas como experiencias acabadas y definitivas, aunque
luego demuestren no serlo.
Nuestra pareja debe ser entendida bajo alguna forma
de perfección, y se escoge la única posible: es la mejor hasta la fecha.
En el fondo no es tan difícil aceptar la idea de que el sexo
debe ser insatisfactorio. Una larga tradición muy afianzada en la cultura
popular nos dice todavía, contra el discurso mediático sexopositivo, que la
vida sexual es una flor que pronto se marchita.
Pero no se trata sólo de sexo. Nuestra pareja puede no ser aquella
con la que mejor nos hemos comunicado hasta ahora, aquella con la que más nos
ha gustado convivir o aquella que mejor nos ha hecho sentir en sociedad.
La expectativa razonable es saber que esas insatisfacciones,
algunas muy importantes, siempre van a estar presentes. Podemos aspirar a
reducirlas, pero no a eliminarlas, porque en la medida en que aumentemos
nuestra exigencia nos encontraremos con nuevas virtudes que también querremos
en nuestra pareja.
Tener pareja no es tenerla del todo, o puede no serlo ni
siquiera mucho. En cierto modo siempre estamos sin pareja, la tengamos o no.
Recordarlo es el único modo de evaluarla correctamente.
2-Nuestra pareja
cambia.
Tener pareja no es tampoco tener algo indefinidamente
estable, o que sólo puede mejorar porque nos vamos adaptando con el tiempo, o
que sólo cambia en tanto que cambia la relación.
Quien tiene pareja no tiene YA pareja. “Conseguir” pareja no
es un estado final.
La monogamia secuencial vuelve a salir en nuestra ayuda para
recordarnos cómo corrientes invisibles transformaron tantas veces, y tan
rápido, a nuestras parejas, mostrándonos una mañana, no sólo que nuestra pareja
había cambiado, sino que ya no era nuestra pareja.
Solemos leer estas experiencias como parejas fallidas, como
errores de apreciación, o incluso como ocultaciones y traiciones. Pueden
haberlo sido, claro, pero no porque se produjeran cambios, ni porque esos
cambios alteraran la relación.
Las personas cambian constantemente, y sus cambios no sólo
pueden sorprender a lxs testigos más cercanxs. Pueden sorprender a la misma
persona cambiante. Si una persona no cambia es porque ha reprimido el cambio o
porque su cambio es invisible. Lo que no cambia también cambia, o su defecto
es, precisamente, no cambiar. La falta de cambio la cambiará tarde o temprano,
o nos cambiará a nosotrxs.
Lo que tenemos hoy no tiene por qué, y normalmente no
debería, revolucionarse y ser algo completamente diferente mañana. Pero mañana
no será ya exactamente lo mismo. Cada día que volvamos los ojos al cambio
aumentamos la fuerza con la que éste nos golpeará cuando nos obligue a mirarlo a la cara.
3-Nuestra pareja no
es fiel
¡Vaya! ¡Ya estaba tardando!
Nuestra pareja no es fiel. La tuya tampoco. Pero vamos, tú
no lo has sido nunca. ¿Por qué lo esperas de ella? Es evidente: porque aceptar
la idea de que ella sea como tú parece insoportable. Pero, claro, mentirnos es
aún peor.
Intentemos salir de este embrollo.
Sólo hay dos formas de entender la fidelidad.
Una es la entrega sexual total, de deseo y de hecho. Nuestra
pareja es la persona con la que tenemos relaciones sexuales y la única con la
que queremos tenerlas. El amor, o lo que sea, nos ha cerrado a cualquier otra.
Somos fieles porque queremos ser fieles y sólo esperamos y aceptamos lo mismo
por parte de nuestra pareja. Si nuestra pareja es fiel a la fuerza no
queremos su fidelidad.
Esta idea es una fantasía.
El debate sobre la monogamia sexual vocacional, sobre si
somos naturalmente monógamxs o polígamxs, es un falso debate. Da igual lo que
hagan o se interprete que hacen lxs bonobxs o lxs agapornis. Somos polisexuales
porque el mundo es múltiple y diverso. La elección de una persona a la que
dedicar nuestra vida sexual de manera exclusiva es lo que necesita explicación.
Y de momento esa explicación no existe. La polisexualidad no la necesita,
porque es nuestra condición a priori.
Quien se declara de vocación sexual monógama (de manera
íntegra, aceptable según el primer tipo de fidelidad), o lo hace de mala fe o
simplemente ignora cómo ha interiorizado el mandato cultural de la fidelidad.
El día en que esa persona nos traicione dirá que no entiende lo que le ha
pasado. La polisexualidad estaba ahí, latente, en un lugar cómodo y ventajista
que, de todos modos, si nos hubiéramos mirado al espejo con valentía,
deberíamos haber deducido.
Que puntualmente queramos algo con mucho ahínco y sea eso y
sólo eso lo que deseamos no conlleva estabilidad en el deseo. Es más, lo normal
es que, una vez que lo tengamos, dejemos de desearlo. No es mezquindad o
superficialidad. Es la lógica del deseo: quiero algo para poder obtenerlo. Si
lo obtengo, el esfuerzo del deseo exclusivo deja de ser necesario y,
seguramente, se diversifique.
Así que la otra forma de fidelidad es el establecimiento de
una barrera en algún lugar entre el deseo y la realización del deseo. Ese lugar
puede ser cualquiera. Sea cual sea su eficacia dependerá de en qué medida ambas
partes seamos fiables a la hora de respetar barreras autoimpuestas, y flexibles
a la hora de entender cuándo es conveniente desplazarlas.
1 comentario:
1. El que es fiel a una promesa no debe ser considerado como terco, sino como tenaz, es decir, perseverante en la vinculación a lo valioso, lo que nos ofrece posibilidades para vivir plenamente, creando relaciones relevantes.
2. Obligarse a ser fiel significa renunciar en parte a la libertad de maniobra -libertad de decisión arbitraria- a fin de promover la auténtica libertad humana
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