La historia más frecuente en los relatos de apertura de parejas se parece a esto:
“ha sido un proceso muy largo en el que lxs dos hemos
aprendido mucho. Nos ha costado mucho esfuerzo, y muchas horas de hablar hasta
las tantas de la mañana, y mucha generosidad, y, por qué no decirlo, muchas
lágrimas. Es muy duro, pero lo que hemos crecido ha merecido la pena. Y aún
tenemos mucho, mucho trabajo por hacer, porque el trabajo no se acaba nunca.”
O esta variación, que puede perfectamente ser el testimonio
anterior, al que se le hubiera añadido su siguiente capítulo:
“al principio estábamos lxs dos convencidos, pero mi pareja fue
sintiéndose mal con todo esto, hubo muchos problemas, surgieron los celos, la
desconfianza, el sufrimiento… Ahora somos amigxs, pero hemos decidido caminar
por separado”.
Los dos relatos tienen en común el carácter de victoria
pírrica. Se llega más o menos donde se quería llegar, pero lo que se deja por
el camino es tanto que unx no tiene claro que fuera capaz de volverlo a hacer,
y menos de recomendarlo. A oídos de quienes no se han decidido aún resulta más
disuasorio que motivador, y si hay gente que a pesar de estas narraciones casi
heroicas sigue lanzándose es porque nuestro modelo monógamo secuencial es tan
deficitario que en muchas ocasiones intuimos que el infierno nos rodea por los
custro costados y que, o intentamos cruzarlo cuanto antes, o al final nos devorará
de todos modos y sin que hayamos conseguido siquiera movernos de nuestro sitio.
Con este texto intentaré dar un par de ideas generales que
creo que pueden facilitar las cosas. Pero, no nos engañemos, la mejor forma de
abordar la no monogamia es partir de la ausencia de gamos. Convertirnos en no
monógamxs desde la pareja es como aprender cerrajería desde la celda de una
cárcel: para conseguir nuestro objetivo sólo disponemos de una oportunidad, y
tenemos que pasar por ella. Tal vez logremos un manual donde se nos cuenten
trucos, pero sólo tenemos una cerradura con la que practicar, y necesitamos
muchísimo tacto, porque si la rompemos cerraremos el camino para siempre y a
partir de ese momento nuestra libertad dependerá de que nos decidamos por la
vieja y ruda técnica del boquete en la pared. Las historias de
parejas que intentaron abrirse, no lo lograron, y no lo intentaron más, están
por todas partes. En realidad hay una escondida tras la mayoría de las
monogamias aparentemente convencionales que conocemos.
Entendemos la pareja como un pacto de posesión sexual en el
que cada miembrx posee exclusivamente la vida sexual del/a otrx. Y es así. Pero
además es un pacto de igualdad sexual que, para que lo sea, tiene que igualarse
a cero. La única manera de estar a bien con alguien con quien tenemos una
relación tan importante como un gamos, en algo tan importante como el sexo, es
que lxs dos renunciemos a él, porque en cuanto dejemos que lo sociosexual
vuelva a nuestras vidas surgirán desigualdades y, con ellas, conflictos.
Cuando abrimos la
pareja, lo hagamos mucho o poco, una de las dos personas va a sentir enseguida
que la situación le perjudica. Lo va a llamar “celos”, se va a sentir insegura,
traidora al pacto, culpable, débil, posesiva, porque esa es la lectura que
sobre los celos nos ofrece la no monogamia. Pero lo que su conciencia le está
diciendo es: “éste no era el trato”. Y tiene razón.
La clave para que esa apertura transcurra por cauces
amistosos es tener siempre presente la simetría. Al principio parecerá algo
artificioso, cruel y poco respetuoso con terceras personas, pero es de dónde
venimos, no nos escandalicemos justo ahora.
Pasar de ser iguales en la nada a ser iguales cuando hay
algo requiere de una cierto componente de funambulismo. Pero ese esfuerzo es
con diferencia mucho más grato que sufrir las amarguras de la apertura por las
bravas.
De modo que:
-abramos muy poco a poco. Poquísimo a poco, sólo aquello con
respecto a lo cual tengamos claro que se conserva la simetría. Abrirse a algo
de lo que una de las dos personas va a beneficiarse más que la otra es garantía
de fracaso. Eso obligará a empezar con aperturas mínimas, parciales y, sobre
todo, compensatorias (tú te abres tres veces y yo una, porque mi una me
proporciona tres veces más beneficios).
-podremos ir accediendo a mayores grados de apertura en la
medida en que abandonemos el modelo simétrico. Tenemos que ir aceptando progresivamente
la idea de que somos dos personas diferentes, con dos vidas diferentes, y de
que puede ocurrir que una de las dos consiga mejores cosas que la otra. Eso nos
parece normal (al menos dentro de unos márgenes de igualdad social) con el
resto de nuestras relaciones no gámicas. El que podamos dejar de sentir a la
otra persona como nuestra prisión depende de que sepamos entenderla como
autónoma, con diferentes desventajas y diferentes privilegios. Puede llegar un
día en que las desigualdades sean muy notables, y no es bueno que lo sean. Pero
para luchar contra ellas tenemos que partir de la misma posición de la que
partimos con el resto de la gente, no desde el derecho especial que el gamos
concede a cortar las alas de la persona que está con nosotrxs. Entre otras
cosas, porque cualquier cláusula que dictamine la renuncia a las posibilidades
sociosexuales individuales es, en realidad, una cláusula abusiva, y a la larga
no tendremos legitimidad para exigir su cumplimiento.
Pero recordemos que, si podemos elegir, mucho mejor es
preguntarnos “¿cómo se evita que se cierre una pareja?” que plantearnos cómo
abrir lo que ya se nos cerró.
ir a HERRAMIENTAS CONTRA EL CIERRE DE LA PAREJA.
ir a HERRAMIENTAS CONTRA EL CIERRE DE LA PAREJA.
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