Tres perspectivas desde las que abordar el concepto de amor.
Al tratar las tres se pretende
dar una respuesta razonablemente completa y sencilla a la pretendida
complejidad del concepto.
Así, analizaré el significado del
concepto desde su propia perspectiva, es decir, lo que el amor enuncia de sí
mismo (ya que el amor dispone de este discurso). En segundo lugar, analizaré lo
que es el amor desde la perspectiva del individuo, es decir, lo que es el amor
como experiencia real, mucho más unánime, y unánime en su fracaso, de lo que el
discurso del amor nos transmite. Por último, intentaré trazar una muy
rudimentaria perspectiva sistémica que dará la versión que entiendo más
ajustada sobre la verdadera naturaleza del amor.
El
amor del amor
El amor se presenta ante el
individuo como una promesa de felicidad y plenitud.
Para ello hace coincidir dos
perfecciones que son las dos líneas ideológicas de sus afirmaciones inconexas.
La primera línea es que el amor es la
realización de todos los deseos. La segunda es que el amor es el bien. Como estas dos líneas son evidentemente
contradictorias y así se pone de manifiesto en cada contradicción amorosa, la
fricción genera una tercera línea, la de las afirmaciones parche: adaptaciones a cada una de las heridas
surgidas en el enfrentamiento de estos dos presupuestos (ambos falsos, pero no
por ello bien avenidos). La realización de todos los deseos, es decir, la
apoteosis del narcisismo, no puede llegar muy lejos de la mano del bien, que de
modo automático incluye los deseos, no ya del otro, sino de todos los otros.
A la hora de desplegar su
propaganda, el dominio de estas tres líneas ideológicas acaba adoptando el
mecanismo preexistente de la divinización en la forma de un dios personal, que paso a analizar.
El significado del término “amor”
es incierto. Más allá de una simple polisemia, “amor” ha desarrollado la misma
condición de comodín semántico que el término “dios”. Amor es tal infinidad de
cosas que no cabe, es decir, no se permite, hablar más que de formas personales
de entender el amor, del mismo modo que la antigua relación personal con dios
se ha convertido hoy en formas personales de concebir a dios; en la supuesta
existencia de tantos dioses como hombres. Un curioso y contradictorio
monoteísmo.
La razón de este comportamiento
es también común a ambos conceptos. Tanto “amor” como “dios” realizan una huida
semántica, un cambio continuo y alocado de significado, como mecanismo
defensivo frente a una razón que los acorrala. Allí donde la razón localiza la
debilidad en la argumentación sobre la existencia o bondad de dios, el defensor
de las mismas escabulle a dios dejando un vacío semántico en forma de negación.
Ya que no cabe negar la obviedad de la inexistencia o de la perversidad de ese
tipo de dios, se dirá que, efectivamente, ese dios no existe, o no es el dios
al que él sigue, pero que dios, su dios, no es eso.
Comer del Árbol del Bien y del Mal implica la expulsión del Paraíso. Del mismo modo, el amor amenaza con arrebatar la felicidad a cualquiera que pretenda reflexionar sobre él.
“Amor” pretende jugar también a
este escondite, pero, aunque nos encuentra mucho más expertos, en su huida
dialéctica su identidad se vuelve farragosa y nuestra perspicacia se extenúa.
Pronto estamos cansados de acorralar a un amor que siempre escapa porque ha
descubierto el truco de no fidelizarse a definición alguna. Normalmente tenemos
nuestras críticas construidas, nuestro escepticismo, nuestros argumentos
incontrovertibles. Pero el amor no dudará en conducirnos a alguno de sus
múltiples espacios alternativos; lugares familiares para otros donde nosotros
disponemos de menos experiencia y recursos argumentativos. Nos encontraremos enseguida
con ideas que no sabremos rebatir contundentemente. Sobre nosotros recaerá la
obligación de agotar todos estos espacios. Se nos pedirá ser infalibles en la
crítica al amor. Si algún argumento, algún tipo de amor no queda perfectamente
desarticulado, se constituirá en la cepa de la que el amor volverá a brotar
como una enredadera bulímica, listo para ocupar el mundo entero de nuevo, aun
sabiendo que, a la primera confrontación, tendrá que regurgitar gran parte de
él.
Este comportamiento, en un
combate justo, significaría la descalificación inmediata del amor. Pero los jueces
están de parte de su subsistencia, porque está en juego un valor estructural de
nuestro sistema socioeconómico, y su resurrección sin fin, producto del simple
deseo de afirmar la fe en él, se considerará tramposamente prueba suficiente de
que no existe contra él una crítica verdaderamente seria.
1 comentario:
Dejando a un lado, toda carga de teología o filosofía, lo que implica a lo que llaman DIOS los creyentes; me da la sensación que nunca amaste ni fuiste amado. Todo lo que hablas y que es el resultado de lo que piensas, es una demostración de tu abismal frustración. Por tanto tratas de embarrarle al resto. Sin duda alguna eres "libre" y lo puedes hacer.
El AMOR según ERIK FROOM es respeto, responsabilidad, cuidado y conocimiento; de quién, primero de ti mismo. Y luego de los demás. Porque sabrás que nadie da lo que no tiene, tal vez ahí vislumbres lo que es el AMOR VERDADERO no la genitalidad.
Vaya, que si está el mundo de cabeza. En lugar de evolucionar estamos involucionado con tecnología y todo. Nos creemos seres humanos y no estamos ni al nivel de los animales.
Discúlpame si te he ofendido, pero no estoy de acuerdo con lo que predicas.
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