Las preguntas son inventadas,
pero recordando conversaciones creo que aparecen la mayoría de las más
frecuentes.
Si falta alguna, ya sabéis.
P-¿Cómo puedo aprender más sobre
la agamia, conocer a otras personas ágamas, tener relaciones ágamas?
R-La agamia está en pañales, en
pleno desarrollo teórico y experimentación práctica, de modo que a poco más que
a esta comunidad te podrás dirigir a la hora de buscar antecedentes. Pero su
puesta en práctica es tan versátil que, desde el momento en que tú te interesas
por la idea y eres coherente con ella en algún sentido, ya estás teniendo, en
cierta medida, relaciones ágamas. Aprende de ellas y compártelo con nosotros.
P-¿Qué hace falta para ser ágama?
¿Cuáles son las condiciones básicas?
R-Ser ágama, como ser monógama,
es una convicción y un pronunciamiento. La vida, después, se llevará o no a cabo
según los principios de la agamia, resultando de ello la condición de ágamo
coherente o incoherente. Como sabemos, ni los monógamos, ni los polígamos, ni
los poliamorosos, lo son del todo. Si tuviera que reducir el nivel de agamia a
un solo parámetro, diría que se es más ágama cuanto mayor es, en las
relaciones, la racionalidad ética. Produzca las formas que produzca.
P-¿Puedo ser agama y tener
pareja?
R-Ser ágama y tener pareja es una
contradicción en los términos, de modo que no puntúa muy alto en la escala de la
coherencia. En cualquier caso, la agamia no puede conducirte a una situación
insostenible ni impedirte una experiencia que consideres importante en tu
desarrollo afectivo. A veces, la única alternativa puede ser tener pareja. A
veces, deseamos tanto tener pareja que es mejor no reprimirlo. Pero, en ambas
situaciones, nuestra racionalidad ética debe conservarse intacta. Sabremos que
tenemos pareja porque las circunstancias lo han obligado, aunque preferiríamos
que no fuera así, en el primer caso. En el segundo, sabremos que deseamos algo
que resulta insensato, y dejaremos que nuestra experiencia dentro de la
insensatez vaya haciendo coincidir lo que creemos que debemos desear con lo que
deseamos realmente.
P-¿Hay alguna forma de conciliar
la agamia con la experiencia de compartir la vida con una persona especial?
R-Si por “persona especial”
entendemos un eufemismo de la pareja, entonces la respuesta está dada en la
pregunta anterior. Si entendemos el concepto según su sentido literal (el gamos
utiliza estos eufemismos para ocultarse, deformando sus sentidos literales
hasta hacerlos desaparecer), es decir, “persona que destaca en la vida
afectiva”, la respuesta, rotundamente, es “sí”. Nada más lógico que tener cerca
a aquellas personas que tienen un papel más destacado en la vida propia. Esto
no significa, lógicamente, que hablemos necesariamente de vivir con una sola
persona, o con la persona con la que se tiene una relación erótica más intensa,
o de determinar la logística a la que llamamos “vivir juntos” (puede tratarse
de compartir casa, o de hacerlo periódicamente, o de vivir muy cerca, o
cualquier otra alternativa que se adecúe a cada situación).
P-Si decido ser ágamo, ¿debo
pensar que me voy a tener que ir a la cama con cualquiera, tenga el físico que
tenga, incluso quienes me resulten repulsivos?
R-El deber nunca es una norma
sorda. Tenemos obligaciones éticas, por supuesto, y la agamia es el primer
modelo de relación que lleva la coherencia entre la ética y las relaciones a
las últimas consecuencias. Pero nuestras obligaciones dependen de nuestra
capacidad para realizarlas. La barrera cultural del asco, cuya función sistémica
es maximizar la formación de parejas fértiles sin, por ello, poner en peligro
los privilegios de clase (por eso nos dan asco, grosso modo, quienes son menos
fértiles que nosotros –niños y ancianos- menos atractivos - feos y sucios, es
decir, pobres- o quienes pertenecen a nuestro mismo sexo) sólo puede superarse
progresivamente, y mediante el aprendizaje y la convicción. Superarla por la
fuerza provoca traumas contraproducentes. Tenemos la responsabilidad de
procurar superar nuestro asco, no la obligación de haberlo superado.
De todos modos, no debemos
preocuparnos, pues en una situación propicia y con una mentalidad abierta, el
simple gusto físico se vuelve extremadamente maleable.
P-¿Cómo puedo defenderme de
quienes utilicen la excusa de la agamia para buscar relaciones sexuales tradicionalmente
posesivas?
R-El problema de que cualquier
cosa que no sea monogamia es entendido por algunas personas, especialmente
hombres, como un buffet libre de sexo, es ya un lugar común. Los poliamorosos
lo llaman “polifake”, y lo consideran un fraude que debe, incluso, ser denunciado
ante otros poliamorosos.
Para la agamia no existe este
problema, pues no se fundamenta, ni en un pacto ciego basado en el amor, ni en
la aceptación de nadie a priori por su sola pertenencia a un modelo u otro de
relación. En la agamia no se dan saltos adelante; las relaciones no se
construyen de la nada por la simple voluntad de que éstas existan. La
“química”, la “chispa”, la “conexión”, tantas veces evocada en el amor para
justificar que dos desconocidos empiecen de la noche a la mañana a tratarse
como si no lo fueran, no tienen esta función en la agamia. La ilusión por una
relación que acaba de surgir, o a la que se le han abierto nuevas perspectivas,
no es tratada como si esas perspectivas ya se hubieran cumplido. Así, sean
quienes sean, ágamos, monógamos o polifakes, las personas con las que
establezcamos cualquier tipo de relación erótica, ésta se fundamentará en lo
que sabemos de ellas y en lo que la relación existente nos permita esperar, no
en lo que deseemos que la relación sea, especialmente a través de la relación
erótica misma.
Los ágamos “seguimos” a nuestra
cabeza, no a nuestro corazón.
P-Tanto hablar de razón suena
aburrido. ¿No se pierde espontaneidad siendo ágamo?
R-Vincular al corazón con la
diversión y a la razón con el aburrimiento es un prejuicio sin fundamento
alguno. El corazón, es decir, la voluntad en su manifestación más emocional, es
mucho más monótona, predecible y, por supuesto, estúpida.
P-¿Y lo de la moral? ¿No es
aburrido tener que preocuparse siempre de si las cosas están bien o están mal?
El amor parecía el único lugar donde, al menos, podíamos relajarnos.
R-No hay alternativa a la moral.
Si lo que hacemos está mal, entonces, simplemente, no tenemos que hacerlo.
Plantearse si resulta aburrido actuar así es una frivolidad y no merece
consideración. Pero la moral no es una carga que ralentiza cada uno de nuestros
movimientos. En casi todos nuestros actos la moral está automatizada, y aparece
de nuevo sólo en situaciones nuevas o clave. Pocas cosas hay tan interesantes,
por otro lado, como reflexionar sobre la calidad moral de nuestros actos.
P-Pero la moral es monógama y
conservadora. Si fuéramos siempre morales no podríamos innovar y, por supuesto,
no existiría la agamia.
R-Actuar moralmente no significa
hacerlo en función de una determinada moral, y menos de una moral conservadora,
que suele ser altamente inmoral. Actuar moralmente sólo significa elegir lo
mejor bajo la responsabilidad de nuestro juicio. Yo, por ejemplo, tengo claro
que la agamia es mejor que la monogamia, porque su capacidad para ayudar al
desarrollo de las personas y evitar su sufrimiento es mayor.
P-¿Cómo le digo a mi pareja que
soy ágama?
R-Buenos días, pareja. De hoy en
adelante seré ágama. ¿Quién hace el desayuno?
P-¿Y si hay hijos de por medio?
Una declaración así puede acabar con la convivencia familiar.
R-Por supuesto que puede hacerlo.
Pero si conservar las condiciones actuales de convivencia con los hijos implica
no poder crecer y cambiar a lo largo de la vida, entonces estamos sometidos a
un chantaje inaceptable. Tenemos la obligación de cuidar a las personas que
tenemos cerca y evitarles cambios que puedan resultarles traumáticos. Ellos
también tienen la obligación de concebirnos y aceptarnos como seres cuya
realización es el crecimiento.
Es un tema delicado que habrá que
tratar en un texto más extenso, pero las dos primeras preguntas son “¿tengo
derecho al cambio?” y “¿se me está permitiendo realizarlo?”. Muchas de las
cláusulas del pacto del gamos son ilegítimas y respetadas sólo por la fuerza.
Si el compañero se muestra como tal, es decir, como un verdadero compañero,
deberemos maximizar nuestra colaboración; si utiliza el contrato del gamos para
oprimirnos, entonces legitima que actuemos a sus espaldas.
P-¿Qué pasa si, siendo ágamo, me
enamoro?
R-Nada preocupante. El enamoramiento es el entusiasmo
surgido al determinar la identidad de la persona con la que se desea establecer
un gamos. Para quien simpatice con los presupuestos de la agamia, el gamos es
una relación opresiva y, por consiguiente, injusta. Entendido esto, es fácil
orientar dicho entusiasmo hacia expectativas de relación más justas y
edificantes, así como desautorizar al enamoramiento y disfrutar de él como un
simple arrebato transitorio sin consecuencias; algo así como una borrachera.
P-La agamia parece un
planteamiento demasiado radical. Entiendo que el amor merece muchas críticas,
pero una transformación tan completa suena a actitud intransigente. ¿No sería
mejor encontrar un término medio?
R-La agamia es radical. O, al
menos, aspira a ello. Radical significa “que va a la raíz”, es decir, a la
sustancia. Este significado conlleva que cualquier cambio que no sea radical no
será un verdadero cambio, sino una reforma que hará pronto rebrotar al
problema.
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