Descubrimos una angustia contradictoria: ahora vemos que el sexo no tiene sentido, pero habíamos aprendido que la vida, sin él, tampoco.
¿Se trata de un bucle existencial que debe conducirnos al suicidio?
No. Se trata de una liberación. Del primer encuentro libre con el sexo, al que ya no estamos obligados. De la primera ocasión en que podemos darle al sexo un uso no enajenado. Del momento cero del erotismo.
Éstos son nuestros “juegos sexuales”: Lamentablemente
lejos de su pretensión de actividades lúdicas donde se aprende jugando, donde
el juego crea, dinamiza, motiva y descubre; flagrantemente ajenos al juego
colaborativo en el que los participantes se ayudan mutuamente a logar la
satisfacción y el desarrollo. En nuestros verdaderos juegos sexuales, en los
juegos sexuales que tienen lugar por debajo de nuestro discurso, y a las claras
luces de nuestros actos, los participantes compiten entre ellos por el valor
sexual, por el símbolo de la entrega gámica que especula con la esclavización.
Lxs participantes compiten entre sí y frente a la
sociedad ausente, incrementando el valor subjetivo de ambos a la vez que lo
depredan; generando una burbuja de valor que estallará en cuanto la realidad se
aproxime con decisión a cualquiera de sus puntos débiles. Cuando descubran la
falsedad del valor impostado del otro, la de la esclavización alcanzada del
otro, que aspira, en realidad, a esclavizar; la del valor subjetivo de los
otros, también hinchado hasta el límite de la resistencia del sentido de la
realidad y, por tanto, próximo a estallar, pero también a adquirir dimensiones
amenazantes; cuando descubran las trampas establecidas a medio plazo para
atrapar el valor ganado hoy, que es siempre un préstamo a un interés tan alto
que, salvo que logremos incrementar de nuevo nuestro valor, tendrá como
resultado una operación con saldo negativo.
Follamos sin follar, porque lo hacemos para lograr de
ello un resultado del que esperamos satisfacciones mucho mayores. Follamos como
medio para haber follado, para dejar “bien folladxs”, que no es “satisfechos de
follar”, sino con la despensa llena de follar en conserva, y segurxs de su
valor como “follables”. “Dejar bien follado” es cerciorarse, a base de cantidad
e intensidad, de que el deseo de follarnos no es impostado, es decir, carente
de respaldo bancario, así como de que la miseria de nuestro valor como
follables puede cubrirse razonablemente mediante una sola operación, gracias a
un solo cliente, que consta ya en cartera.
Follamos sin follar y, al no follar, dejamos más y más de
saber si queremos el follar para algo, o sólo participamos de su comercio
porque no hay forma de socializarse fuera de él. Follamos con la ilusión de
vernos crecer en el sexo, como hacemos un examen con la ilusión de convertirnos
en personas tituladas. Si las condiciones de la realización de un examen fueran
sensuales, si las notas se concedieran al azar, partiendo de un aprobado casi
garantizado, si no hubiera que llegar a él tras un penoso esfuerzo cargado de
estrés y renuncias, si examinarse fuera, no sólo agradable en su realización,
sino garantizadamente rentable en sus resultados, entonces, simplemente, sería
como follar.
Ésta es la razón por la que resulta especialmente difícil
designificar el morbo del sexo. Es considerablemente complicado imaginar un
sexo sin morbo, porque el morbo es tan sustancial a nuestra cultura sexual que,
en muchas ocasiones, designificarlo conllevará vaciar el sexo por completo. Un
sexo sin morbo no sólo carecerá de significado, de simbolismo, sino incluso de
razón de ser y, por tanto, de intencionalidad. El sexo sin morbo es un sexo
para nada.
La designificación del morbo será reconocible,
normalmente, en este vacío. Por fin sucede aquello que parecía que sucedería
con los significados anteriores: si no puedo poseer a la persona con la que
realizo una actividad susceptible de procurarme placer sensual, dicho placer
sensual, desnudo, no es capaz de motivarme ni, por supuesto, de hacerlo lo
necesario como para superar la mayoría de los obstáculos que habitualmente me
separan del acto sexual.
Efectivamente, dado el mundo en que vivimos, si no fuera
por el morbo, no se follaría. El sexo dejaría de ser el nudo significativo en
el que se enraíza el amor, y no habría potencia capaz de convertir a los
individuos en proyectos monógamos susceptibles de adaptarse a la estructura
familiar instituida. Como se ve, el desplazamiento de cualquiera de sus piezas
claves afecta a la sustentación del edificio completo.
Hemos llegado al final de la cebolla, y nos encontramos
con las manos vacías. Si queremos recuperar el “sexo para algo” tendremos
nosotrxs mismxs que desarrollar su “para qué”. Pero ¿para qué desarrollarlo? El
sexo nos ofrece un medio, pero no un fin, de modo que difícilmente podremos
abordarlo desde otra perspectiva que la curiosidad. Pero la curiosidad
verdadera tiene que saber reconocerse a sí misma. Su fin es el descubrimiento
de la materia sobre la que se proyecta; su ánimo, equilibrado y sereno.
Deberemos, a partir de ahora, familiarizarnos con esta serenidad. El entusiasmo
excesivo será, o indicio de que el morbo vuelve a abrirse paso entre nuestras
motivaciones, o de que el placer sensual como fin en sí mismo nos atrae por
encima de lo que corresponde a su propia trivialidad.
Evidentemente, no podemos proceder en la vida con el
artificioso orden de una teoría, pero si pudiéramos, habríamos ya alcanzado el
primer objetivo en la construcción de un sexo contra el amor, antipatriarcal y
anticapitalista. Llegados a este punto estaríamos libres de cada una de las
motivaciones insidiosas que el sexo tiene en nuestras vidas, aquellas que lo
convierten en la trampa de la monogamia, en el vehículo para
instrumentalizarnos como perpetuadores irracionales de la especie, en objeto y
medio de una pandemia adictiva, sólo testimonialmente sacada a la luz, en
mercancía estrella de la cultura del consumo, producto por el que vincular unos
consumismos con otros para que todos sean deseados más allá de cualquier razón
de ser de ese deseo, en pieza clave de la despolitización y el control sobre la
ciudadanía, pulverizada en res familiar, todos miembros de un inmenso
rebaño de microformaciones independientes, pasivas y sin conciencia colectiva.
Y, por ende, en seres enajenados de su placer sensual.
De todo eso nos hemos ya librado. Creíamos que carecer de
deseo sexual era perder la razón de vivir, y sin embargo es perder la
compulsión consumista de someter a lxs otrxs para adquirir valor social
subjetivo y prestigio a nuestros propios ojos. Creíamos que el sexo daba
sentido a la vida y, en realidad, no sabíamos qué era la vida porque estábamos
enajenados por el trabajo sexual. Llamábamos “ilusión” a la adicción, y ahora,
sin adicción, como a cualquier adictx, se nos viene encima el peso del sentido
de una vida que se resolvería inmediatamente si volviéramos al viejo vicio.
Pero, si vamos a superar nuestra cultura adictiva debemos
ser capaces de enfrentarnos a la transformación de las motivaciones mediante la
superación de las que son irracionales y adictivas. Que la propia estupidez de
la pregunta nos sirva de asidero: “¿Qué sentido tiene una vida sin sexo?” Si el
sentido de la vida depende del sexo, entonces es evidente que el ser humano no
ha encontrado sentido a su vida. El papel que el sexo vaya a tener en la vida
tendrá que formar parte de una vida a la que él encuentre ya con sentido.
Con la designificación completa, si somos capaces de
llevarla a fin, hemos dejado de vivir para el sexo. Deberíamos celebrarlo.
La designificación no es sólo una crítica. Es una
práctica, y debe ser entendida, además de como la descripción de las líneas de
significado que conforman la vida sexual que la condena del amor rechaza, como
la primera propuesta conducente a la transformación de la vida sexual o, si se
quiere, del sexo en erotismo.
3 comentarios:
Tedioso, pedante, confuso, infumable.
Hola Israel, hace muy poco que he llegado a tu blog. Me está interesando especialmente. Aunque no tengo el sentido moral o ético muy agudo en los últimos años, me exijo cercano a cero en esto (del mismo modo que espero poco de la vida más que una tibieza y comodidad inerte), y me doy cuenta de que tú propuesta es muy estimulante. Para mi tiene mucha más fuerza la parte propósitiva, es decir la de construcción o mantenimiento de relaciones/vínculos/entorno/sustrato/red afectiva no gámica, que la de negación, porque a estas alturas no fantaseo con el (un nuevo) enamoramiento correspondido.
Pero al leer este post me pregunto sobre una necesidad mía específica: el contacto físico no expresamente sexual, que pueda transmitir ternura/cariño/protección. O, más generalmente, que me reconforta y me tranquiliza. Esto, entiendo, no entraría en la categoría de "deseo". Me equivoco?
la ternura/cariño/protección constituye una necesidad inespecífica, es decir, que satisface de manera general todas las necesidades mediante una expresión de disponibilidad. para que sea cariño lo que necesitemos hace falta que exista ya sea una insatisfacción crónica o una puntual aguda que haya generado inseguridad. ambas se dan en el sexo posesivo, que es el sexo tal y como lo conocemos, y precísamente por ello suele ir acompañado de la generación de necesidad de cariño.
muchas gracias por tu comentario. te animo a acercarte a la comunidad de facebook.
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