lunes, 22 de julio de 2013

propuesta erótica. I. DESIGNIFICACIÓN. (i)



             El sexo es un conjunto confuso de significados que, por su complejidad, nos resulta ingobernable e incomprensible.

             El primer paso en la transformación del sexo en erotismo será vaciar el sexo de sus significados, desde los más burdos y prescindibles hasta los más sutiles y esclavizadores. Deberemos recordar, en nuestra vida sexual, que ésta es sexo “en sí”, libre de presunciones que vayan más allá de ese acto sexual, de esa idea erótica.

             Nuestros actos sexuales se volverán eróticos en tanto que serán conscientes y responsables.

             Follar sabiendo que sólo follamos, recuperando así nuestra capacidad de contemplar el presente en todo su despliegue, y valorarlo. Quizás el sexo que descubramos no se parezca en nada al sexo que creíamos que teníamos.



Como abandonamos ya el territorio de lo descriptivo y entramos en el del “deber ser”, abandonaré también el uso del término “sexo”, con el que me refería a la actividad que era, y pasaré a usar el de “erotismo” para referirme a la que debe llegar a ser. ¿Qué debemos hacer para que nuestro sexo se convierta en erotismo?

                Como se ha descrito hasta aquí, la actividad erótica, antes de serlo, es decir, mientras sigue siendo sexual, se encuentra a la salida de un embudo de significados que impiden, tanto el control de sus mensajes, como la comprensión de los mismos. Estos significados quedan, además, condicionados por, ligados a, la actividad sexual, y dependientes de su presencia para ser producidos en plenitud. El sexo es un nudo semántico en el que todo se mueve a la vez impulsado por fuerzas de origen diverso que aparecen como indistinguibles. Querer poseer genera comunión, buscar la procreación desemboca en el placer erógeno, y la donación de afecto puede resultar en humillación sádica.

                Tanto para recuperar el sentido erógeno (lo que de manera algo grosera llamaremos sentido “en sí” del erotismo) de la actividad, como para recuperar la capacidad de significar de modo voluntario el resto de los significados, se hace necesario empezar por “designificar” al sexo.

                Nos va a sonar mal esta estrategia de “quitar significado al sexo”, que puede valorarse como trivialización, desaprensión, incomunicación, ausencia de empatía y, por supuesto, ausencia de responsabilidad. Tememos que el sexo pierda significado, porque eso es hacerle perder importancia y disminuir sobre él el control. Quitarle importancia al sexo es reducir los cuidados de que es objeto y dejarlo al socaire del deseo espontáneo, que no tardará en convertirlo en un vendaval endiablado y arrasador. Pero más bien parece que ésta sería la consecuencia de suprimir determinados significados del sexo, dejándolo en manos de los restantes. El sumatorio represivo de fuerzas perdería su juego de fuerzas en contrarresto que dan como resultante el estatismo, y se convertiría en un complejo dinámico, o incluso frenético.

                Pero la “designificación” de la que aquí se habla es completa. ¿Qué queda en el erotismo cuando la actividad erógena deja por completo de ser un lenguaje? ¿Qué es el erotismo una vez que sus actos carecen de la trascendencia del significado y se reducen a sus simples consecuencias? La pregunta se vuelve más controvertida si se expresa en su forma definitiva: ¿Cuál es la finalidad “en sí” del erotismo?

                Nuestra constitución biológica nos ha dotado de la facultad de experimentar placer erógeno con el más que probable fin de conducirnos tanto al coito como a la búsqueda de protección, especialmente  paternofilial. Nuestra libertad de seres humanos nos dota de mayor capacidad para elegir las condiciones de nuestra reproducción, así como de lenguaje para expresar y realizar dicha protección. El placer sensual no sólo queda desbancado de su finalidad biológica, sino libre para adoptar otras finalidades. La evolución cultural de esas nuevas finalidades, junto con la forma también cultural adoptada por los restos de las finalidades biológicas, tiene como consecuencia las finalidades y modelos explicados en los artículos sobre el fondo y la forma del sexo.

                Hay que decir, por tanto, que la satisfacción de este deseo de placer sensual, al que no se destina ningún otro tipo de actividad, es la finalidad del acto erótico. La finalidad en sí del acto erótico es, por tanto, la experimentación de placer sensual cumpliendo al menos el requisito mínimo de satisfacer el deseo biológico de placer sensual.

                Sacrificando la síntesis por la claridad, diremos que, una vez que no necesitamos del placer sensual para reproducirnos ni formar grupo, éste queda disponible para su uso lúdico o su reutilización, ya que la disposición biológica para experimentarlo permanece intacta. A esta disposición biológica debe añadirse la consideración sobre la necesidad biológica. Sabemos que el organismo dispone de la capacidad de experimentar placer sensual. Lo que no sabemos es en qué medida esta capacidad va acompañada de una necesidad. Sabemos que la predisposición a dicho placer aumenta en determinadas circunstancias y periodos, pero ignoramos las consecuencias biológicas y psíquicas de que dicho placer no se obtenga. Ante esta ignorancia, no queda otra opción que entender que la finalidad en sí del acto erótico incluye no sólo la experimentación de placer sensual, sino la satisfacción de una posible necesidad de dicho placer cuya magnitud y relevancia quedarían por determinar.

                Para todo lo demás, el erotismo no sólo no es hoy por hoy necesario, sino que constituye un obstáculo.

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