El sexo es un conjunto
confuso de significados que, por su complejidad, nos resulta ingobernable e
incomprensible.
El primer paso en la
transformación del sexo en erotismo será vaciar el sexo de sus significados,
desde los más burdos y prescindibles hasta los más sutiles y esclavizadores.
Deberemos recordar, en nuestra vida sexual, que ésta es sexo “en sí”, libre de
presunciones que vayan más allá de ese acto sexual, de esa idea erótica.
Nuestros actos
sexuales se volverán eróticos en tanto que serán conscientes y responsables.
Follar sabiendo que
sólo follamos, recuperando así nuestra capacidad de contemplar el presente en
todo su despliegue, y valorarlo. Quizás el sexo que descubramos no se parezca
en nada al sexo que creíamos que teníamos.
Como abandonamos ya el territorio
de lo descriptivo y entramos en el del “deber ser”, abandonaré también el uso
del término “sexo”, con el que me refería a la actividad que era, y pasaré a
usar el de “erotismo” para referirme a la que debe llegar a ser. ¿Qué debemos
hacer para que nuestro sexo se convierta en erotismo?
Como se
ha descrito hasta aquí, la actividad erótica, antes de serlo, es decir,
mientras sigue siendo sexual, se encuentra a la salida de un embudo de
significados que impiden, tanto el control de sus mensajes, como la comprensión
de los mismos. Estos significados quedan, además, condicionados por, ligados a,
la actividad sexual, y dependientes de su presencia para ser producidos en
plenitud. El sexo es un nudo semántico en el que todo se mueve a la vez
impulsado por fuerzas de origen diverso que aparecen como indistinguibles.
Querer poseer genera comunión, buscar la procreación desemboca en el placer
erógeno, y la donación de afecto puede resultar en humillación sádica.
Tanto
para recuperar el sentido erógeno (lo que de manera algo grosera llamaremos
sentido “en sí” del erotismo) de la actividad, como para recuperar la capacidad
de significar de modo voluntario el resto de los significados, se hace
necesario empezar por “designificar” al sexo.
Nos va
a sonar mal esta estrategia de “quitar significado al sexo”, que puede
valorarse como trivialización, desaprensión, incomunicación, ausencia de
empatía y, por supuesto, ausencia de responsabilidad. Tememos que el sexo
pierda significado, porque eso es hacerle perder importancia y disminuir sobre
él el control. Quitarle importancia al sexo es reducir los cuidados de que es
objeto y dejarlo al socaire del deseo espontáneo, que no tardará en convertirlo
en un vendaval endiablado y arrasador. Pero más bien parece que ésta sería la
consecuencia de suprimir determinados significados del sexo, dejándolo en manos
de los restantes. El sumatorio represivo de fuerzas perdería su juego de
fuerzas en contrarresto que dan como resultante el estatismo, y se convertiría
en un complejo dinámico, o incluso frenético.
Pero la
“designificación” de la que aquí se habla es completa. ¿Qué queda en el erotismo
cuando la actividad erógena deja por completo de ser un lenguaje? ¿Qué es el
erotismo una vez que sus actos carecen de la trascendencia del significado y se
reducen a sus simples consecuencias? La pregunta se vuelve más controvertida si
se expresa en su forma definitiva: ¿Cuál es la finalidad “en sí” del erotismo?
Nuestra
constitución biológica nos ha dotado de la facultad de experimentar placer
erógeno con el más que probable fin de conducirnos tanto al coito como a la
búsqueda de protección, especialmente
paternofilial. Nuestra libertad de seres humanos nos dota de mayor
capacidad para elegir las condiciones de nuestra reproducción, así como de
lenguaje para expresar y realizar dicha protección. El placer sensual no sólo
queda desbancado de su finalidad biológica, sino libre para adoptar otras
finalidades. La evolución cultural de esas nuevas finalidades, junto con la
forma también cultural adoptada por los restos de las finalidades biológicas,
tiene como consecuencia las finalidades y modelos explicados en los artículos
sobre el fondo y la forma del sexo.
Hay que
decir, por tanto, que la satisfacción de este deseo de placer sensual, al que
no se destina ningún otro tipo de actividad, es la finalidad del acto erótico.
La finalidad en sí del acto erótico es, por tanto, la experimentación de placer
sensual cumpliendo al menos el requisito mínimo de satisfacer el deseo
biológico de placer sensual.
Sacrificando
la síntesis por la claridad, diremos que, una vez que no necesitamos del placer
sensual para reproducirnos ni formar grupo, éste queda disponible para su uso
lúdico o su reutilización, ya que la disposición biológica para experimentarlo
permanece intacta. A esta disposición biológica debe añadirse la consideración
sobre la necesidad biológica. Sabemos que el organismo dispone de la capacidad
de experimentar placer sensual. Lo que no sabemos es en qué medida esta
capacidad va acompañada de una necesidad. Sabemos que la predisposición a dicho
placer aumenta en determinadas circunstancias y periodos, pero ignoramos las
consecuencias biológicas y psíquicas de que dicho placer no se obtenga. Ante
esta ignorancia, no queda otra opción que entender que la finalidad en sí del
acto erótico incluye no sólo la experimentación de placer sensual, sino la
satisfacción de una posible necesidad de dicho placer cuya magnitud y
relevancia quedarían por determinar.
Para
todo lo demás, el erotismo no sólo no es hoy por hoy necesario, sino que
constituye un obstáculo.
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