¿Es que no debemos aspirar a ser
libres? ¿Es que debemos ser todos iguales y grises, como los comunistas? ¿Es
que debemos aburrirnos todos en una vida sin motivación hacia el éxito? ¿Quién
es el que va a decir qué es lo bueno y lo malo, lo que se debe y no se debe
hacer? ¿No tendría todo esto, al fin y al cabo, quedar sometido al valor máximo
de la voluntad humana, del libre albedrío, del producto máximo de la creación,
que es el alma del hombre?
Si, conjugando todos estos tópicos
alrededor de la libertad consigo que las aclaraciones sobe ésta arrojen alguna
luz sobre aquéllos, se habrá avanzado mucho en el objetivo de perder el miedo a
renunciar a las truculentas satisfacciones con que nos motiva la cultura
sexual.
Nuestra cultura maneja dos
significados fundamentales para el concepto de libertad, a los que podemos
referirnos como “libertad en sentido negativo” y “libertad en sentido positivo”.
Ambas son radicalmente distintas, y merecedoras de muy distinto prestigio, pero
su confusión permite que el de la una se traslade al de la otra.
La libertad en sentido negativo, de
uso mucho más extendido, es la ausencia de impedimentos. Aquello que no nos
deja hacer algo coarta nuestra libertad para hacerlo, y su desaparición aumenta
nuestra libertad.
La libertad en sentido positivo,
concepto mucho menos popular, es la presencia o desarrollo de una capacidad.
Nuestra libertad crece cuando desarrollamos nuestro poder para hacer cosas, y
no desarrollarlo es perder la oportunidad de ser libre. Ambas definiciones
resultan coherentes y, sensu stricto, podrán reducirse a una sola que sería,
eso sí, la segunda.
Pero el enfoque que las diferencia
tiene consecuencias instrumentales interesantes para el sistema. Utilizando la
libertad en sentido negativo, hay que decir que el hombre nace libre. Será la
sociedad la que vendrá a imponerle limitaciones a su libertad que, si bien se
entiende que resultan necesarias, también son, por limitar la libertad,
indeseables. La sociedad avanza en la medida en que suprime dichos
impedimentos, aumentando así la libertad del hombre.
En sentido positivo, el hombre nace
sin libertad, pues no puede hacer nada, incluso aunque nada más que su
incapacidad se interponga en el camino. Adquirirá la libertad a lo largo de su
vida, por medio del desarrollo de capacidades. La sociedad será más libre,
entonces, no cuanto más permita hacer, sino cuanto más enseñe a hacer.
En realidad, como decía, ambos
conceptos se integran con facilidad. Cuando el desarrollo de una capacidad se
encuentra con el obstáculo de la ley, puede ser por dos razones: o porque el
sistema teme al individuo y limita su libertad mediante la ley, o porque el
sistema protege al individuo y limita los peligros de la falta de desarrollo de
su libertad mediante dicha ley. En ambos casos, el individuo no ha desarrollado
su libertad lo suficiente como para salvar el obstáculo de la ley. En el segundo
no lo suficiente como para que la ley le permita correr el riesgo de hacer; en
el primero no sabe sobre la ley como para alcanzar la libertad gracias a ella.
La ley es, por tanto, un regulador
del peligro que puede volverse opresor o, dicho de otro modo, una herramienta
cuyo manejo también es necesario desarrollar para que sea fuente de libertad.
El sentido negativo, sin embargo,
abstrae el carácter técnico de la libertad, y se centra sólo en la coerción.
Esto le permite convertir a la ley en el terreno principal donde se dirime la
suerte de la libertad, de la que aquélla es la principal enemiga. Allí donde
hay ley, hay distancia entre lo que se puede y no se puede hacer; limitación,
por tanto, de lo que se puede hacer; y así, reducción de la libertad. La ley
es, desde la perspectiva de la libertad en sentido negativo, un defecto social,
y la mejor sociedad será aquella que en mayor medida carezca de ley. Esto sin
valoración previa de en qué medida esté dicha sociedad preparada para ser
abandonada al libre albedrío.
Este tótum revolútum de la ausencia
de ley es la ventaja que el poderoso necesita para que su ventaja previa se
ponga de manifiesto, creando aún más ventaja; y la defensa a ultranza de la
libertad, el falaz recurso ideológico con el que convencer a sus súbditos de
que no importa cuánto poder gane él sobre ellos, porque ellos siempre ganarán
más aún sobre otros.
Así, la pornografía.
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