Me dice un amigo que está harto de su novia. Que es una
pesada. Que no para con el rollo de los celos. Que si a mí, que estoy siempre
hablando de los celos, se me ocurre algo que decirle para que pare.
Me molesta la petición. Le pregunto si tiene ella motivo y
me dice que ninguno, que él no es de poner cuernos. Que no se los ha puesto nunca
y que no se los va a poner.
Le pregunto que de qué tiene celos entonces, y me dice que
de todo. Que de sus amigas, de sus exnovias, de sus conocidas. Del trabajo, de
la calle, del pasado, del futuro, de lo humano, de lo divino… Que están en
todas partes, me dice, los celos.
Le pregunto si él a su vez no siente celos. Me contesta que
no, que él nunca ha sido celoso.
Le pregunto si su última pareja fue también celosa. Me dice
que también lo fue algo, y que precisamente por los celos de aquélla, que se
puso pesadísima y no había manera de quitársela de encima, empezaron los de
ésta.
Le pregunto si él no estuvo, a su vez, celoso del exnovio de
ella. Me dice que ella no tenía novio entonces, y que no sabe mucho de sus ex,
porque apenas tiene contacto, pero que si lo tuviera le daría igual. Al afirmar
esto me siento más molesto aún.
Le pregunto si tiene él contacto con las suyas y me dice que
sí, que siempre acaba bien sus relaciones y que quedan de amigos, o de
follamigos, o de medio novios, a veces. Le pregunto que si, en el hipotético
caso de que su relación actual terminara, cabría esperar que fuera con ellas
con quien tuviere las próximas relaciones sexuales. Me contesta que podría ser
con cualquiera, pero que es probable que fuera con alguna de ellas. Que en
realidad es algo que ya ha ocurrido, me dice. Le pido que me aclare esto en
detalle. Me cuenta que fue durante una temporada en que dejaron de ser pareja
y, al empezar así su explicación, siento que mi molestia empieza a convertirse
en ira.
Me cuenta que estuvieron dos meses sin verse y que él estuvo
quedando con la pesadísima, y que también llamó a otra ex a la que quiere mucho
y con la que tiene una relación muy especial y muy importante desde hace un
montón de años. Le pregunto que qué hizo ella durante ese tiempo. Me contesta
que una noche se enrolló con un chico, en una discoteca. Un imbécil. Que ella
estaba en otra onda, me dice, que estaba muy centrada en analizar la relación.
Le pregunto que cuánto le importa esta relación y que qué
está dispuesto a hacer por ella. Le sorprende mi pregunta y ello hace que la
ira se apodere definitivamente de mí. Piensa durante un momento y me dice que
le importa mucho, muchísimo, y que está dispuesto a hacer lo que haya que
hacer, incluso dejarla si no quedara otro camino. Le digo que entonces no hay
problema, que tengo la solución. Si quiere que ella deje de estar celosa debe
dejar de darle razones para estarlo. “¿Y qué quieres que haga?” me pregunta.
¿Llamo a mis amigas y les digo que ya no lo son? ¿Qué nunca más nos vamos a
ver? ¿Qué no vamos a follar nunca, ni aunque yo esté solo?” “No”, le contesto.
“No empobrezcas tus relaciones. Enriquece las de ella. Ayúdale a conseguir un
amante. Alguien con quien pueda estar, no cuando tú te vayas, sino ahora, hoy,
que compense toda la superioridad que tú has tenido hasta aquí, que le haga
sentir que merece la pena perderte a veces si por ello puede tener a otro, que
le haga entender por qué no la entiendes, que te haga conocer los celos y a
ella la tranquilidad, que te convierta a ti en un pesado.”
Mi amigo sonríe y me dice que vale, que ve que no le quiero
ayudar, que de todos modos le da igual, porque ella le quiere y eso es lo que
importa. Que es tarde y se va. Que vaya un médico que soy.
“Cuando acudas al de verdad pide algo para tu padre”, le
digo mientras busca la cremallera de la cazadora. Levanta la mirada para
confirmar lo que sospecha con respecto a mi intención. Comprendo, por su gesto,
que ha dejado de ser mi amigo.
-Mi padre está muerto-,
me recuerda fríamente.
-Eso no importa. Si
es un buen médico seguro que podrá ayudarle.
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